jueves, agosto 06, 2009

721. El Dúo Catrasca

Llegado Rulo con su moto sudorosa de ruidos, su casco plástico multicolor y su campera abrochada hasta la nariz, por cierto que insuficiente ante el viento frío que se estaba desbordando desde el Río de la Plata sobre y entre los pinares, las casas y los pobres transeuntes de la zona costera. fue imposible hablar más, al menos de algo interesante. Todavía caminaba con cierta renguera y al sacarse el guante izquierdo lo empezó a golpear sobre la palma derecha, como hacen algunos personajes importantes cuando están apurados o impacientes. Después también se sacó el casco y recordó los saludos que a Magdalena mandaba Julieta.
Magda previno a Manuel que llevara ropa de abrigo pues ante la ventana de la cocina pasaban doradas hojas tiritando de frío y pajaritos totalmente cubiertos de plumas... Las botas de goma habían quedado en el galponcito del fondo y aquel pasa montañas que nunca quería ponerse. Guantes no. Desde que perdiera los últimos y, bueno... Esa misma campera, camisa de tartán a cuadros, que seguramente habría heredado del tío del bisabuelo vasco que viniera gritando arraiua sobre la cubierta del barco.

Partieron pistoneando el cuesta arriba ante la mirada de Magda que recordaba para atrás tantos años de verlos juntos a los dos, tan diferentes. Siempre diferentes en todo, pero tolerándose, como se hace con un par de pies que a uno le han tocado en suerte, aunque no le gusten.

Le dió gracia a Manuel cuando volvían a entrar a la casa de los Ferrari, verla de nuevo pero mucho más destrozada, por obra de ellos sin duda, y del destino, que las cosas y las casas también lo han de tener y padecer. Esta, por ejemplo que habría nacido con el Karma de soportar un par de inconscientes metidos a pintores y reparadores de todo. En este y en los otros mundos, con variados matices de gravedad, sin importar pàra nada que fuera totalmente ilógico que un hombre con dinero y pretensiones fuese justamente a contratarlos a ellos, sin que nadie supuestamente les hubiese recomendado, ni tuvieran otra cosa que mostrar como antecedente, que un par de paredes pintadas a la cal y algún que otro remiendo hechos en sus propias casas... Tal vez fuera idea de ella, la señora de las tetas blancas, cuyo nombre no lograba recordar, que al menos en el otro mundo se había mostrado por cierto más interesada en la proximidad física con ellos, que en lo hábiles que fueran con el rodillo, la lija y el enduido.

-La humedad en la pared de la cocina, en vez de disminuir aumenta.
-Ahí todavía no hicimos nada...
-Pero ahora mana agua. Y cuando vinimos no. Va a parecer que nosotros hicimos alguna cagada.
-Cagadas hicimos varias, pero no ahí.
-Vamos a tener que picar el revoque y ver de dónde viene...


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