miércoles, julio 15, 2009

712. El viejo Miguel

-¿...otra vez tus olores...?

De buena gana le hubiera mandado a la mierda, pero, bah... Ahora el asco y el horror le dominaban. Caía al precipicio de la realidad, el bien y el mal en todos lados en lucha, bajo los más variados disfraces y apariencias. La vertical del poder y la horizontal de la gente. En todos lados...

-Conozco a ese hombre.
-¿Ah sí? ¿Quién es...?
-Un agente de la CIA, o algo así.
-¡¿Agente de la CIA?! ¿Agentes de la CIA por las calles de Lagomar...?

Se levantó Manuel del rincón donde se había dejado caer.

-Sí. Aunque no lo puedas creer... Y además ni siquiera es humano... o a medias, un clon de seres extraterrestres, un infiltrado que trabaja para los imperios.

Dicho esto ya iba saliendo por la puerta que acababan de traspasar, pisoteaba el pasto y las bolsas vacías de leche que el viento había traído de sopetón por encima del cerco. Con extraña decisión ahora toma carrera y salta con sus rojos championes el portoncito ante el cual casi se acababa de desmayar, toma como ruta el callejón y rumbo al norte enfila decididos pasos que de pronto expresan sus antiguas convicciones de líder revolucionario de un entero continente.

Estaba decidido a retomar las acciones. Reunir a sus aliados. Elaborar nuevos planes. Cuantificar el posible armamento. Advertir a la población...

Aunque muy obsesionado por estos pensamientos en algún momento toma conciencia de haber sido saludado por una sonrisa conocida tres pasos atrás, media cuadra... y se da vuelta para ver la espalda de aquel hombre que va. Debía ser Miguel, el farmacéutico amigo de su abuelo. Tan inventor de imposibles y tan anarquista como Abelardo.

Le grita.

Como si fuese un prófugo peligroso, un último taxi en una madrugada helada, una oportunidad que conservara todavía un pelo para de ahí atraparla.

-Miguel!!!

El hombre oye y también se da vuelta. Espera.

Manuel corre. Le pide disculpas justificadas por las excepcionales cuestiones que en delante pasaría a referirle. La existencia de una guerra cósmica permanente que pronto se iba a desatar también sobre la superficie de la Tierra. El bien y el mal, personificados en personajes inversos. La gran patraña. El poder, que no es un problema solamente de los humanos. Ni de este planeta. Ni de época alguna, Los dioses mortales, espíritus perversos, enfermos de ambición y egolatría. El engaño. el gran engaño de todas las religiones...

Miguel le pide calma y que baje esa manera de levantar los gritos.

-No quieras decirme todo a la vez, muchacho.

Ambos ríen.

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