viernes, julio 17, 2009

713. Camino a la farmacia

De algo ya se había venido enterando don Miguel, porque oídos hay en todas partes, y ganas de repetir cualquier cosa no muy bien entendida. Manuel, el flaco Manuel hijo que tuvo Margarita, la hippie, con algún negro de por ahí. Ese, que le hacía los mandados al finado Abelardo, por ser su abuelo... Sí, aquel que se las pasaba en la calle o en la playa.... Bueno, ese mismo era quien le interpelaba ahora para contarle enredadas historias que tal vez no provinieran de ningún desequilibrio mental sino tan sólo de una imaginación un poco superlativa. Ah, cómo hacía acordar a su abuelo! De aquellas hermosas tertulias invernales frente a la estufa encendida y la botella del espeso tinto que el viejo conseguía con viñateros amigos. ¡Y las ideas de Abelardo! Ah, ya no iba quedando gente para hablar de ciencia sin anteojeras. Para especular y dejar volar la imaginación pero siempre teniendo en cuenta lo poco que ya se sabe...

-Si me esperás unos minutos a que compre unos tornillos, a la vuelta me contás, y si no te alcanza las cuadras que hay hasta la farmacia, bueno... allá podemos seguir hablando..

Porque aunque Manuel no lo hubiese advertido estaban en la vereda de la barraca y la barraca siempre estaba llena de clientes. El viejo quería evitar, seguramente, que él siguiese propalando a viva voz tantos detalles extraordinarios de una realidad completamente desconocida.
Pero no le había rechazado, ja. Claro, qué se iba a extrañar don Miguel de cualquier cosa que él le pudiese contar, si cuando se juntaban con el abuelo, lo que hablaban ellos sí que parecía un montón de disparates, tan extraños y exagerados que muchas veces le habían hecho dudar si no estarían perdiendo la chaveta del pensamiento, por efecto tal vez de tanto vino.

Salió a los pocos minutos con su paso rápìdo y el cuerpo un poco inclinado hacia adelante, como siempre, y mientras se alisaba los bigotes sobre la boca iba metiendo el paquetito de los tornillos en el bolsillo de atrás del pantalón. Le reencontró mirándole por debajo de esos párpados que se iban arrugando como pasas de uva blanca, y le sonrió amistosamente.

-Bueno, empezá de nuevo desde el principio, sin apurarte.

No era fácil encontrar un principio adecuado para que todo no pareciera increíble. La historia de lo que le había sucedido resultaría demasiado larga. Las ideas principales sonarían a una saga de ciencia ficción...

-Lo que le quiero contar es algo parecido a lo que ustedes hablaban cuando mi abuelo estaba vivo. Con la diferencia que ahora se trata de cosas reales...
-Nosotros hablábamos de muchas cosas...
.A veces hablaban del espacio y del tiempo...
-Sí, de la Relatividad...
-Y a veces decían cosas que ningún científico había comprobado.
-Sí, hipótesis que se nos ocurrían para explicar lo inexplicable...
-Que los dioses de las religiones podrían haber sido extraterrestres.
-Sí, aunque quedaba por aclarar cómo carajo podrían haber recorrido inmensas distancias en tiempos razonables y con un gasto razonable de energía.
-A veces pensaban que pronto se iba a descubrir nuevas leyes de la física...

Miguel abandonaba el tono didáctico poco a poco.

-Claro! Y se han ido descubriendo... Quién iba a decir hace unos años que el vacío pudiera estar lleno de energía!
-Que la realidad podía tener más dimensiones que las que podemos percibir...
-¡Eso también! Aunque no es tan nuevo, pero recién ahora se le está dando pelota.

Manuel dejo correr unos momentos de silencio al son de los pasos que continuaban.

-Bueno, don Miguel. Usted sabe que yo no soy ningún científico. Ni siquiera he estudiado nada. Lo que le quiero contar es mi experiencia con ese tipo de cosas. Usted me puede hacer las preguntas que quiera y yo se las voy a contestar con mis palabras, porque no conozco los términos técnicos. Pero quiero que vea que no estoy inventando.
-¿Qué es lo que buscás?
-Quiero que la gente abra los ojos

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