jueves, julio 09, 2009

710. Curvas de nivel

Cuando volvieron a la cocina, sin escalera ni ganas de acordarse de ella, el agua estaba anegando toda la casa. No solo la cocina y los dos baños a través del pasillo central , sino también uno de los dormitorios cuya moquete, de generosa pelambre color celeste pastel, rezumaba agua al ser pisada, como si de un bañado se tratase.
Otra vez los manotones, las ligaduras que procuran detener la hemorragia, las puteadas y por fin la idea salvadora de aplastar el caño a martillazos hasta por lo menos aminorar el flujo del líquido elemento. Puf!

¡Ahora sí, podrían buscar la bendita llave de paso!

Estaba a pocos metros, debajo de la mesada de la cocina, a media altura, completamente visible a poco que fuera abierta la puerta corrediza aquella que en ningún momento habían consultado sin que por ello pudiera alguien haber pensado  que se tratara de una imperdonable falta de conocimientos o de atensión. A cualquiera le puede pasar. Y le pasan seguramente cosas peores al más pintado sanitarista de esos que a cada cosa nombran con la palabra propia y precisa. Que visten pantalones anchos y blancos, como panaderos, y llevan consigo un maletín de herramientas adecuadas. Claro que cuando a ellos les pasan cosas de este jaez se debe a defectos de la instalación o de los materiales o por lo menos del mantenimiento.

El agua cesó por completo de manar y Manuel, bastante más calmado comenzó a sentirse progresivamente mejor, más optimista. No era posible explicárselo a Rulo, pero acababa de comprobar que el paralelismo entre las dos existencias no era demasiado completo. La alacena se había derrumbado en los dos mundos de manera parecida pero esto, por ejemplo, del caño roto, no había ocurrido en absoluto allá. El Clío había terminado con su pintura rayada en los dos mundos, pero el encargado de arrastrar el rollo de alambre con la pata de la escalera, había sido en cada caso distinto. Las cosas no estaban escritas en el libro del destino. La vida de cada cual tampoco...

Se trataba apenas de tendencias, de probabilidades...
Que a veces se pueden esquivar...
Que otras veces nos atrapan desprevenidos...
Que por lo general ignoramos...

Y bien, pero entonces los dos mundos no eran tan enteramente distintos ni tan enteramente iguales. Se podían evitar aquí algunas de las desgracias que allá nos habían ocurrido. Y se podrían, tal vez, repetir acá algunas de las buenas cosas que habían ocurrido allá.

-No. No es el destino. Es la tendencia.
-¿La qué...?

Mejor no responder y revisar el resto de las habitaciones.

El gran living de pisos tarugados también había sido invadido por las aguas que, poco a poco, comenzaban a disolver el tinte nogal según la irregular profundidad del charco. (Verdaderas curvas de nivel. ) Era menester encontrar un lampazo. Desalojar las aguas, escurrir y secar luego con trapos, hojas de diarios que no había, toallas que sí encontraron en los baños, y hasta con alguna cortina completamente seca que pendía de barrales demasiado altos. Qué más remedio. Aunque las toallas amarillas adoptaran un desparejo tinte castaño, difícil de eliminar, y la cortina... bueno...

Habiendo quedado ese piso bastante seco, quisieron volver a la cocina para continuar trabajando, pero se detuvieron frente a la puerta del dormitorio a rascarse el cuero cabelludo. Allí no se podía arrastrar el agua por el pasillo hasta el desague del baño. Tampoco iba a ser tan fácil quitarle el agua bebida a la sedienta moquete... ¿Qué hacer...?

Por el momento nada, en ese preciso momento estaba sonando el timbre de calle.








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