sábado, junio 13, 2009

703. El Camino del Desierto

Y se vio de pronto caminando esos caminos rurales, algún día, tal vez por puro placer de sentir el lejano chillido de los teros, o quién sabe, alguna de sus tantas ocurrencias del tiempo anterior, cuando aun era un muchachito ingenuo que creía en la solidez de los sólidos y en el inevitable paso del tiempo. Qué mierda! Ya el arriba no lo era más, ni el abajo, ni tan siquiera lo lejano lo era de ningún modo. Los espíritus, que ahora sabía reales y existentes, en cambio resultaban ser todos imperfectos, egoístas y propensos a equivocarse a cada rato. Los dioses demonios, y los demonios, monstruos insaciables de poder que no querían dejar libre un sólo rincón del Universo.
Por eso...
Acaso fuera no más conveniente quedarse, en este, su mundo, conservador pero pacífico, dónde todavía gobernaba el viejo de las pirámides doradas sin necesidad de amenazar a los aborígenes con imponentes naves luminosas, ya que le bastaba para obtener obediencia con las antiguas alianzas hechas con los poderosos locales. Quedarse para... Bueno... Por una parte, vivir la vida tal como antes la había imaginado.
Aunque...
Perdida la inocencia... Sabedor de que en otros mundos sus iguales pelean por lograr un mundo mejor... Habiendo conocido una sociedad que se auto gobierna dignamente.
Porque, por ignorante que se sabía, nada ni nadie le iba a convencer de que algo pudiera ser inevitable. Ja. ¡Si ya ni el tiempo resultaba incuestionable! Entonces... No. No podía resignarse a que en el múltiple Universo, simplemente convivieran en caótica mescolanza, las más opuestas concepciones junto a todos los matices intermedios. No. El Multiverso no podía ser otra cosa que un proyecto que busca, a través de infinitas hipótesis, el camino de la perfección. Le pareció.
Y habiéndole parecido, volvió la mirada a sus dos compañeros de ahora. Magdalena y Vittorio.
A ella siempre la había amado. Desde los tiempos de los juegos en la calle, cuando se encontraban mirandose a los ojos para nada ocultarse, alegres o tristes, a veces cargados de sentimientos imposibles de hablar. Descalzos en la tierra. Sin importarse del frío, como aquellos, todos los compañeros, que sólo usaban zapatos para ir a la escuela y empinarse tazones de cocoa caliente sobre los labios que sonreían. Y después el crecimiento. El descubrimiento mutuo de los cuerpos. El fuego que les consumió sin dejar de abarcarles cada vez más completamente...
Y él. Vittorio a secas en la otra Tierra. Simpático ejemplar humano que nunca se había dejado aplastar bajo el diploma de un título universitario. Un hombre que camina por el desierto en busca de la verdad verdadera

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