martes, abril 13, 2010

808. El Guiño de las Cosas

Porque si no fuera tampoco así. Si el juego, el supuesto juego, fuese otro para cada cual. Y sin embargo pudiese el conjunto mantener la coherencia para que cada cosa ocurriese según las reglas acordadas para cada protagonista, sin molestar una historia la ocurrencia de las otras ni parecer que las leyes de un mundo contradijeran las de los otros simultáneos... Porque por cierto que cada cual viviría en un especie de mundo particular, en una burbuja sobre cuya superficie exterior se proyectarían los fenómenos que estuviesen ocurriendo en el interior de las otras...

Mierda...!

...En ese momento el sol metía en la pieza su luz, como brazos que apartaban la cortina para que Manuel viera que afuera, la bóveda de cielo estaba completamente inflada de luz y de espacio. Que entre las ramas de los álamos, eternos pajarillos jugaban a saltar de un lado a otro en un revoltijo de pío píos... que las gentes se levantaban y salían de sus casas, con las caras lavadas y las manos dispuestas a la acción... que la vida continuaba...

Se dio vuelta sobre el colchón para ver cómo Magda, profundamente dormida, mostraba la indolente belleza de sus senos, escapados de la sábana, mientras aquellos labios sonreían vueltos a la pared, queriendo prolongar el éxtasis de la noche, sin preguntarse cual fuera la misteriosa clave que pudiera codificar todo lo que existe...

Entonces todo, si todo, le resultó de pronto tremendamente cómico. Y sus preocupaciones interpretativas, y el incierto desenlace de las reiteradas guerras cósmicas junto al resuelto problema de la identidad de su padre más probable o la resistencia que mantuviesen las gentes de su mundo a aceptar la superioridad innegable de las ideas anarquistas sobre cualquier otra organización política...

No pudo aguantarse sin reír sonoramente. Y era una especie de felicidad interior la que le permitía ahora ver ese lado risueño, presente en todas las cosas, y que desde ellas le estaban guiñando un ojo e invitándole a más y más risa.

Nada le preocupaba ahora.

Nada. Se sentía liberado, tanto como para poder disfrutar por fin de su propia historia, como si fuese una historieta más, de aquellas que tanto había leído tirado de panza en el piso de la casa de su abuelo... ah! Y que había tanto deseado poder dibujar, porque dibujarlas hubiese sido darles vida. Ja ja, escribir las leyes de esa pequeña realidad en la que personajes tan amados como el Sargento Kirk se movieran y realizaran sus libres destinos, cuadro a cuadro, globito a globito, sin perder el detalle ni del más insignificante fósforo arrojado con dos dedos que chasquean sin sonido, con rayitas dibujadas y la supuesta parábola del recorrido.

¡También se podía dibujar la propia vida al vivirla...!

Probaría ahora.
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