domingo, marzo 16, 2014

919. Una visita

Y cuatro meses y aun otros doce, tal vez, quedaron allí frente a la casita, apenas abrigados por el bamboleo de las sombras que las hojas de los plátanos acuarelaban sobre ellos, Dejando que el tiempo siguiera pasando a lo ancho y a lo largo de los mundos...  sin detener sin embargo el fluir de las vidas, ni siquiera la de ellos.
Mientras ese tiempo apropiado enteramente para pasar un largo casting que nos enterara hasta de la locación de la última imagen utilizada en el film, sin embargo, y sin detener la imagen sobreimpresa de ellos dos frente a la casa, como la tapa del libro, o el poster de la cartelera del cine, ellos habían  logrado retomar bastante bien el hilo de sus anteriores existencias.
Ulyces ya concurría al jardín de infantes con su "pintorcito" a cuadros celeste y blanco y su cara manchada de colores. Magdalena se había retomado sus seis horas diarias al frente del ciber, del cual traía trabajos para hacer en casa, algo de diseño, tarjetas y pequeños folletos. Manuel con sus jardines.
Y, por raro que parezca, no les iba del todo mal.

Por supuesto se cuidaban mucho de comentar nada sobre los otros mundos y los otros tiempos. La vida había adquirido el dorado exacto de los trigales previo a la cosecha. Los pájaros trinaban desde las ramas o construían nidos o se revolcaban en los charcos de agua que normales y esporádicos chaparrones formaban acá o allá cuando las nubes decidían descargar sus panzas para continuar su navegación aérea más livianas, blancas y vaposoras.
 Los céspedes crecían y volvían a ser rasurados ante la mirada indiferente de los enanitos de jardín. Las vallas refaccionadas y pintadas de puro blanco hasta su cúspide de dos aguas por sobre la que solían asomarse los ligustros a la espera ( no ellos sino sus dueños) de la tijera tusadora que los transformara en "hermosos" bloques prismáticos de pequeñas hojas verdes. Todo seguía siendo rasurado, peinado y engominado una y otra vez como lo manda la costumbre y el buen gusto de aquellos que quieren en todo ver una postal rococó y exclamar: "Ah, qué hermoso!"

Pero un buen día de aquellos apareció el Cholo de visita.

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