miércoles, abril 18, 2012

879. Moscas en el hocico

  Camino a la boca de pasta se encontró con el Cholo. Más gordo y de apariencia muy seria. Casi sin saludarle le invitó para ir hasta la comisaría a pedir para que soltaran a Dengue. Por último habían cargado sobre él  la culpa de los desmanes que habían hecho los chanchos. Los tíos habían sido los hijos de puta que lo hicieron, para sacarse de encima las acusaciones de los vecinos quienes más les acusaban por odiosos que por las sábanas masticadas por los chanchos.
Pero Dengue era ininputable. Cualquiera lo sabía.

El comisario saludó babosamente a Cholo sabiéndole miembro activo del comité de base y amigo del consejal Ernesto de Oliveira, faltaba más. A Manuel lo ignoró hasta para extenderle su mano húmeda.

-En qué lo puedo servir, este... muchacho?
-Venimos a pedir por Dengue para que lo libere.  Ese muchacho está enfermo... todo el mundo lo sabe.
-Ya lo se, ya lo se... Pero es que la comunidad espera que la policía imponga un poco de orden. Estamos al servicio de la comunidad.
-Nadie quiere que Dengue esté preso. Dengue no es peligroso. Peligroso son esos tipòs que lo mantuvieraon toda la vida como esclavo y que cuando se enfermó lo hecharon para no darle de comer. Esas cosas que pasan delante los ojos de todo el mundo y de la policía sin que nadie denuncie nada.
-En ese caso usted...
-Sí, yo también soy culpable. Por eso mismo vengo.
-Además ese muchacho es drogaticto. no creo que sus parientes le hayan provisto de drogas... eh?
-No, la droga fue su único acto independiente. Su válvula de escape.
-Ah, usted lo justifica...?

Cholo sacudió la cabeza y resopló como un caballo que pretende espantar las moscas que le rondan el hocico.

-¡Qué voy a justificar, comisario! Ese muchacho se está matando

           

                                                                                                                                                                           

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