miércoles, septiembre 30, 2009

740. El fin del mundo

Dengue se había quedado para ocuparse de las tareas que le devolvieran la dignidad, además de pagarle el hospedaje, la comida y la ropa. Rulo quería volver a su trabajo sin parecer que le estuviese reprochando a Manuel la ausencia. Y Magda... bueno, Magda parecía flotar en una nube de feliz enamoramiento. No porque fuese, ni nunca hubiese sido una atolondrada muchachita, de las que se dejan llevar en la mágica carroza  alada apenas insinuada por su mancebo. No. Se sentía feliz junto a su flaco, descubriendo cuanto de verdadero terminaban descubriendo en todo aquello que al principio no había parecido más que una maraña de delirios alocados. Se lo había dicho el corazón desde un principio. No sin padecer a veces terribles dudas pero... Allí estaba su luminosa mirada otra vez. Y aquellos veloces movimientos de sus dedos en el aire, mientras describía, para Rulo -nada menos que para Rulo- las características estructurales de una de aquellas naves que, en la otra Tierra, habían construido por millares, con sus amigos... (nosotros mismos) para resistir las pretenciosas incursiones aéreas de las huestes celestiales. ¿Qué sentido podría tener  apenarse porque el mundo dejara de pronto de ser un eterno presente siempre igual a sí mismo? Ahora volvía a sentir lo que de niña sintiera las primeras veces que salía sola de su casa y atravezaba los pinares sin rumbo nada más que para ver lo que había del otro lado. A veces otros pinares o alguna casa rodeada por el bosque, o inmensas extenciones -así le habían parecido- vacías de árboles pero llenas de vacas algunas o de caminos y autos, otras... O cuando los aviones que bajaban hacia el aeropuerto pasaban rosando las puntas de los pinos -hasta temor le daba- y haciendo temblar todo el universo con sus silbidos endiablados. A ella desde entonces la había parecido que el mundo no podía terminar en la arena de la playa ni en la confusa línea del horizonte sobre el mar. El mundo debía por fuerza ser infinito. Pero infinito en un sentido infinito. Infinitamente grande pero infinitamente chico, y desconocido... Infinitamente por conocer en un tiempo infinito. Porque... y se lo había planteado muchas veces en sueños, o en ese estado del pensamiento que se desenrolla inevitablemente sin plan ni propósito... El día que alguien pudiese conocer todo lo que se puede conocer en lo grande y en lo pequeño, en lo bello y en lo espantoso, en lo bueno y en lo malo... Ese día, en ese preciso momento, entonces sí, sería el fin del mundo...
Pero para eso faltaba mucho.

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