sábado, septiembre 12, 2009

734. Aereo Ñandutí

Pero duró poco.
Fuera porque la inercia de las mentes tendieran hacia un desenlace dramático, fuera por la puta casualidad de que Shaka Zulu volviese a pasar, en el sentido contrario, por el frente, o por lo que fuese... Lo cierto es que de pronto, la sonrisa de Manuel comenzó a exceder los límites de su cara, su mandíbula a subir y bajar como si pronunciara palabras llenas de aes, o si masticara algo elástico, o... Y su mirada a restallar chispazos de enigmáticas expresiones...
Con un brusco silencio los tres le preguntaron a qué se refería con todo aquello. y al hacerlo fue que se percataron de que la mirada del muchacho no se perdía hacia la nada del más allá, ni era mirada de quien mira hacia adentro. Fijaba sus ojos en un espacio cercano, casi inmediato al semicírculo por ellos formado, apenas un paso o dos más, allí por sobre el hombro de Rulo, casi llegando al grisáceo tronco del primer álamo. Por supuesto hacia un lugar vacío, en el sentido de cualquier interés posible, pero tal era la atención que estaba poniendo Manuel, que cualquiera un poco más proclive hubiese inventado, tal vez, alguna cosa en que apoyar tanta mirada. En cambio ellos... En ese prisma de aire luminoso, apenas matizado por los rayos que del sol pasaban entre las pocas hojas que todavía colgaban de las ramas. Y las suaves sombras... Allí no veían absolutamente nada!
Sin embargo, la fuerza de la circunstancia les hizo volverse y abrir el espacio hacia donde la mirada de Manuel tendía. Acompañarle un paso cuando avanzó... y esperar... Porque ya le veían levantar una mano y en ella un índice que, más que señalar algo de allí adelante, parecía decir aquí está. Y lo que allí estaba, al menos así sintieron los tres, aunque de distinta manera y con distinto pesar, no era otra cosa que la locura, la pura y ahora concretada locura del pobre muchacho, en un trozo de aire prismático, según el punto de vista de la cordura.

-Qué hay, Manuel? -preguntó Cholo
-¿No lo ves...? Es El Eternauta...-contestó mientras levantaba la mano derecha en evidente saludo amistoso.
-Ahí no hay nada, primo, -continuó Rulo.
-Es una imagen de dos dimensiones... mírenla de este lado, sobre un fondo no muy claro...

Pero ya Ernesto Federico había perdido el uso de la palabra. Su silencio y su palidez fueron sentidos como una campanada que arrojó sobre los otros la presentida sensación de estar siendo atrapados por invisibles telarañas de cristal. Por reflejos inexistentes de microscópicos láseres entretejidos como redes de ñandutí, por confabuladas formaciones de sutiles átomos que se empeñaran en brillar millonésimas de segundo, siempre menos de lo necesario para ser percibido. Apenas una sospecha luminosa, Un ensueño, Un fugaz espejismo...
Pero ninguna imagen.

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