sábado, febrero 14, 2009

656. Debajo de esta casa

Parecía otra vez el Ernesto aquél, de las tazas de té y la mermelada, los pantalones color nieve y la bandeja sostenida, con elegante aunque suave firmeza.Otra vez conmovido por la pobre humanidad de Dengue, réplica escasa y también contradictoria de su propia solitaria juventud. Porque, claro, las semejanzas muchas veces quedan evidenciadas en la propia oposición. Uno rico y otro pobre. Uno esclavizado al trabajo nunca elegido, otro ocupado en cubrir la angustia del ocio con ocupaciones inventadas. Pero los dos solitarios... cazadores de mariposas imposibles, esas azules con el eterno jeroglífico de la felicidad pintado en sus alas... huidizas alas, engañosas... tal vez inexistentes... Ambos de piel oscura.

Manuel sonrió con picardía.

-La casa de los hombres -dijo.

Y repitió, "la casa de los hombres", mirando hacia donde Ernesto todavía sacaba de una bolsa de paño gris, unos vaqueros sin uso, con amorosos modales de madre.

Sorpresa.

De Rulo y Magda por no entender. Pero más de Ernesto que dejó lo que que estaba haciendo para dudar de haber entendido la exactitud de aquellas palabras. La casa de los hombres. TOGUNA. Como la fotografía que había bajado de Internet recién ahora, luego de tanto tiempo con ellas resonando en su cabeza. Toguna... y todas las voces dogón que su madre pronunciaba cada vez que caía en este ensimismamiento que ahora llevaba años... Nunca creyó oírla. salida de otros labios. Y menos de...

-¿Qué quisiste decir con eso...?
-Toguna, ha dicho tu madre... La casa de los hombres...
-¿Donde lo aprendiste?
-Ja. Vos mismo me lo enseñaste.
-Qué broma es esa, muchacho?
-Ninguna broma. Somos viejos conocidos...
-De dónde...? No te recuerdo.
-Te creo. No es fácil... Hubo un tiempo en que nos reuníamos debajo de esta casa...
-¿Qué tiempo? ¿De qué estás hablando? No hay sótanos aquí...

Manuel supo que a partir de su mención a un espacio debajo de la casa, la seguridad de Ernesto no era sincera. Mentía.

-Debajo de esta casa hay una caverna.
-¡Pero...!

Desde el borde de la cama dónde estaba sentado Dengue volvió a hablar:

-Sí, una caverna.

Y Manuel.

-Se puede entrar por el aljibe.

Ernesto se agarró la cabeza con las dos manos. Cayó sobre un sillón envuelto en oscuro sobrecogimiento.


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