sábado, diciembre 13, 2008

634. Las lágrimas y el sudor

Cuando los muchachos salieron del consultorio Giorgionne les observó desde la ventana de vidrios opacos que abrió para eso. Un cuadro de complejo diseño humano formado por tres cuerpos y un nudo de emociones autenticas que allí próximo se alejaba dejándole la extraña sensación de haber participado por fin en una verdadera interacción con la realidad y no con la teoría. Lástima que se fueran, supuestos pacientes que de haberse quedado un rato tal vez le hubiesen permitido aproximarse un poco más al misterio de la existencia. Ese carozo inabordable desde los esquemas, perfume volátil por el que los más de los humanos guían los pasos y las acciones que componen la trama de sus historias. Desde ya que se había exedido en sus funciones. Desde ya que nunca debió aprobar que el muchacho fuera mantenido en un domicilio particular, ni tuvo por un instante que dar los nombres de posibles remedios para bajar la ansiedad. Es que había actuado como una persona, como ellos, dejándose llevar por el juego de las imágenes reflejadas, por la emoción empática... por el dolor...

Hasta un rato después no cerró la ventana... Se sentía lleno de una vieja sensación que no había vuelto a sentir en muchos años. Soledad. Como si la vida se le hubiera escapado. Su vida, su propia vida de la que sólo le quedara una sombra. Vida que sí había sentido latir en ellos, llena de coraje y de miedo. De lágrimas y de sudor. De esperanza...
De pronto sin pensarlo se estaba poniendo la campera, abriendo la puerta, despidiéndose parcamente de las funcionarias de la entrada, llegando afuera y mirando en la dirección hacia la que los muchachos se habían alejado, con una sola idea en la mente. No perder contacto.

Los colores del cielo tras las copas de los pinos ya estaban virando a rosado sobre los hilos amarillos de desflecadas nubes. Sintió la aspereza de la arena bajo las suelas, el rumor indiferente del tránsito sobre Gianastasio, la premura de los muchos que bajaban de atestados omnibus desde Montevideo, a descansar para retomar la rutina mañana, los que como él debería estar haciendo y no hacía, se embarcaban ahora dentro del engranaje constante, todo eso en el aire, en las voces que alla lejos se sentían hablar como un fondo sobre el que debería filmarse la escena. LLegó ahora a lo alto del callejón, donde comienza el paulatino declive y los vió, allá, enredados tadavía con los largos miembros del pobre Dengue, así le habían llamado, paso a paso sobre el plateado brillo del balastro, figuras oscuras, pequeñas, solo ocupadas en asumir plenamente sus destinos.

Corrió un trecho. Les gritó sin que le oyeran. Se agitó. Estaba nervioso. Tan nervioso como cuando... Estaba vivo!

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