Mientras las palabras de Dengue todavía resonaban el pensamiento de Manuel se disparó hacia contrarios rumbos pretendiendo de golpe encontrar soluciones posibles y realistas a la encrucijada de un amigo que le pide ayuda para matarse. Nunca había gustado de dar consejos ni recibirlos, pero, le estaban pidiendo ayuda. Para seguir muriendo, tal vez, porque decía Dengue que ya era tarde, que de no serlo... Claro, su inteligencia todavía funcionaba. Era totalmente conciente, solo que pesimista. No estaba queriendo morir, lo creía inevitable. Pensó en cargarlo aún en contra de su voluntad, pero no debería dejarle solo... Llevarlo a la policlínica donde tendrían contacto con alguna organización de ayuda... No. Dengue confiaba en él. Tal vez sólo en él...
Le ayudó a pararse de nuevo, y al hacerlo observó las frágiles muñecas de sus manos crispadas en el esfuerzo de no soltarse, su vieja piel oscura de siempre, reseca, casi brillante, y el recuerdo de aquella hilera de eucaliptos entre cuyos troncos se le veía pasar acarreando tachos de comida para los cerdos, mientras en la otra cuadra gritaban su algarabía el resto de los muchachos del barrio que jugaban a la pelota.
-Vení conmigo...
Fue como llevar un liviano manojo de ramas que amenazaran desparramarse y que además fueran, contra toda lógica, el envoltorio de un ser conciente y sensible. Nada preguntaba ya, tomado con ambas manos de los hombros de Manuel. Pisando apenas, cuando no se le retrasaba el pié, temblando, apretando las mandíbulas, confiando...
Entraron sin preguntar al consultorio donde el licenciado Giorgionne tomaba el último sorbo de un café que ya se había enfriado. Colocaron a Dengue sobre un sillón y encararon al profesional. Necesitaban información sobre la mejor manera de sacar al amigo del estado en que se encontraba. No había tiempo para perder. Pasta base. Hablemos claro. No se trata de un estúpido. Ni de un vicioso por placer. Primer paso, ya.
No, alternación en una colonia, no.
-En mi casa, yo me hago cargo, es mi amigo.
Giorgionne entonces, se puso a decir todo lo que sabía sobre el tema. Se sentía impelido por una extraña voluntad que poco se importaba por las limitaciones que su profesión le marcaba. Con sinceridad enumeró todas las dificultades que un caso así presentaba y que presentaría a lo largo de un doloroso y difícil proceso. Pero también expresó su entusiasmo por el efecto positivo que sin duda produciría el mantenimiento de un compromiso tan personal.
-Yo no debería estar diciendo lo que digo pero... -miró entonces los tristes ojos de Dengue- Si vos querés salir de esto, con la ayuda de tu amigo lo vas a lograr.
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