En la cocina Giorgionne con Magdalena, tras la llamada hecha a la farmacia de Miguel, esperaban la llegada del mandadero con los dos remedios encargados. Picada ya la verdura y puesta a rehogar en la olla, hablaban de los posibles escenarios futuros con relación a un proceso que siempre es extremadamente duro y complejo. La voluntad debilitada, la profunda depresión, la vergüenza, la tendencia a ocultar la verdad y escabullir el bulto para volver a consumir la misma sustancia que está socavando todo el organismo y que a la víctima se le antoja como la única manera de obtener entereza y valor para poder vencerla.
Enseguida Manuel trajo a Dengue de vuelta sin haber querido mencionarle la necesidad de darse un baño. Parecía que sus ojos inquietos estuvieran contemplando otra realidad en la que sucesos alarmantes irrumpieran a cada momento en el completo silencio de su cráneo. Ya no quería hablar pero expresaba eso con los tics que recorrían su miembros y su cara tanto como el tamaño a veces de sus pupilas.
Estaba siendo contemplado. Nadie podía alejarse de la recurrente curiosidad de adivinar a través de los signos visibles, los invisibles sufrimientos que seguramente recorrían y horadaban la sensibilidad de este joven envejecido humano. Trataban de seguir la conversación, pero la presencia de aquella especie de talla africana en sufrido ébano, se imponía casi como una provocativa acusación que no necesitaba de ninguna prueba. Era una realidad tangible.
Manuel, y seguramente también Magdalena, conocían bastante de todo lo que se pudiera tomar como las causas que a la larga habían llegado a provocar este efecto. Pero también sabía. aunque no fuera su fuerte el desarrollo de largos razonamientos encadenados que, las causas tienen a su vez sus causas y que, como aquella historia del ala de la mariposa, de haber actuado alguien a tiempo... una pequeña acción tal vez, de parte de alguien que por un momento abandonase el cuidado de sus negocios... o de muchos que hubiesen decidido adoptar como principal norte de sus vidas el logro de una sociedad más armoniosa... De haber en el mundo suficientes personas sensibles al sufrimiento humano más que a la acumulación de riquezas...
Pensando en esas cosas Manuel hervía de indignación. No era éste por cierto, su mundo y por ello, como si fuera un extranjero se cuestionaba el derecho de juzgar a los nativos. En su mundo, contemporáneamente, la gente había llegado a comprender la innegable superioridad del amor sobre la riqueza, de la vida armoniosa sobre la estúpida lucha competitiva, ese ídolo asesino que nunca se sacia de sacrificios humanos.
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