martes, septiembre 16, 2008

598. Pequeña Utopía

Fueron palabras que quedaron reverberando en el pensamiento. No porque contuvieran alguna idea nueva, exótica, inesperada... Más bien todo lo contrario y por eso mismo, quizá, nadie se hubiese detenido a considerar la evidente simplicidad de los hechos. El hecho, singularísimo, de que en pocos meses se pudiera llegar a soluciones colectivas no alcanzadas en siglos ni milenios de pensamiento y lucha contra los prejuicios y las confusiones.
Ponerse de acuerdo. He ahí el problema cuya solución buscaron desde los 7 sabios de Atenas hasta las más fanáticas sectas inquisidoras. Ni por la razón ni por la pasión. Ni en la libertad intelectual más absoluta, ni bajo la más cruel de las dictaduras los hombres pudieron nunca ponerse de acuerdo en nada, por más de unos cuantos días. Y sin embargo ellos... En dos años habían contagiado un entusiasmo revolucionario que no dependía de sus personas sino de la experiencia compartida de la libertad.

Partieron los nipones -conducidos por Mandinga- hacia su mundo propio, aunque en el exilio. Llevaban en sus mentes las imágenes imborrables del anarquismo real, -esa utopía- que ahora habían comprobado como el marco adecuado para el verdadero crecimiento humano, no apenas en un sentido económico, ni en otro intelectual y po
lítico, sino, y especialmente, en el sentido del espíritu. Sólo así los seres concientes podían llegar a equipararse con los dioses.

Volvieron todos y cada cual a sus hogares. Los unos a sus familias y sus trabajos cotidianos, que en algunos casos poco habían cambiado con el cambio político. Otros a las tareas de colaboración con el nuevo sistema que requería mucho menos burocracia pero mucha más entrega y sinceridad en todo lo que se hiciera. Menos tiempo y más calidad. Porque ahora nadie cumplía cumpliendo con un horario sino con un resultado. Un resultado posible, al alcance de cualquier ser bienintencionado. Lo mismo para curar un enfermo, para organizar una fiesta, o recorrer el barrio en procura de lograr los consensos necesarios.

Manuel con la flaca a su pequeña casita que los vecinos habían mantenido en aceptable estado para cuando se diera esta oportunidad tan esperada. Solos ellos dos. Ellos dos y sus miradas abiertas, que ahora más que nunca podían bañarse en las aguas profundas y mutuas. Las del misterio propio y ajeno, que nunca se revelaría en palabras sino en emociones. Supieron ellos entonces, que siempre habían sido así y que todos los otros también, aunque escondidos bajo la eterna costra de los engaños y los temores. ¡Costaba tanto caminar desnudos a la luz del sol!

En los días siguientes hicieron las simples cosas que cualquier casal puede hacer para acomodar su nido volviéndolo acogedor y entrañable. Pintaron las puertas de exóticos colores sólo comprensibles para ellos. Inventaron comidas, volvieron a bañarse el uno al otro, cantaron melodías imposibles. Como pájaros enamorados.


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