miércoles, mayo 21, 2014

933. Entre gota y gota

La lluvia se había generalizado sobre Lagomar y toda la costa platense. Caía sobre techos de dos aguas cubiertos con tejas coloniales y sobre las viejas casas con techo de zinc, anteriores a la moda del turismo de fin de semana o de los meses de verano. Llovía sobre los pinares y entre los árboles hasta el grueso colchón  de pinochas mezcladas a veces con algunas hojas de eucalipto. También llovía sobre los quinchos de totora, como los que cubrían los ranchitos del Cholo.
Y mientras seguía lloviendo el tiempo no pasaba más que a pulsos o latidos entre gota y gota.
Porque mientras llovía nadie se preocupaba.- Después de caída cada gota, nada ocurría hasta que cayera la siguiente, de modo que... entre gota y gota, dentro del rancho tampoco pasaba el tiempo. Alrededor del cuerpo caído de Manuel, mientras él apenas había iniciado el intento de levantarse de sobre los restos de la mesa, todos seguían mirando sorprendidos y sin terminar de comprender los sucedido. Cayó ahora otra gota y los últimos ojos que habían quedado mirando hacia cualquier lado, confluyeron también sobre los miembros de Manuel, ocupados todavía en desenredarse, mientras los que habían visto la caída desde el primer momento adelantaban sus manos un paso hacia adelante, con la probable y retardada intención de detener el inevitable y desprolijo desmoronamiento.
Pero ya pasaba el chasquido de esa gota y todo volvía a aquietarse menos el pensamiento de Manuel que seguía preguntándose sobre la causa de que las cosas hubieran comenzado a suceder de ese modo tan lento y tan discontinuo.

--¿Se habrá cansado el tiempo de correr...? --Pensó a las risas y se acordó de pronto de su abuelo Abelardo-- ¿Tendría este fenómeno algo que ver con el famoso tiempo de dos dimensiones que alguna vez, en algún lado, le había querido explicar su abuelo?
























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