Si algún día se filmara la película de Manuel seguro que esta escena se filmaría con una cámara que se aleja de los personajes entre ramas de árboles que poco a poco cubrirían el espacio en el cual la conversación bien podría continuar detrás del susurro de la brisa , supuestamente, como medio de sugerir que se trataba de un diálogo sin conclusión posible, La verdad de la apariencia y la apariencia de la realidad. La verdad y la mentira bailando su danza eterna, Figura y fondo, Fondo y figura. Contraste e ilusión.
Al cabo de una hora nadie en Lagomar fue testigo de que sobre las copas de los pinos de aquellos solares deshabitados se hubieran refractado por segundos los rayos del sol formando arcos y diagonales de iridiscencias aéreas, tal cual se forman cuando miramos a lo lejos con uno de esos prismáticos chinos de insólita baratura. Cosas que no existen. Como no existen las personas dobles ni triples, ni en múltiplos pares o impares, o algo que se parezca. Ni cosa alguna más allá de la sólida materia, el pan llamado pan y el vino, vino.
A Manuel no le interesó por el momento, la forma que su doble hubiese elegido para colarse en este mundo y partir de regreso luego rumbo al suyo. Se sentía cansado. Desconocía la herramienta adecuada para darle término a la sucesión infinita de argumentos reflejados que en su mente se alineaban hasta perderse en lo hondo de la perspectiva.Mucho cansancio, tanto... Tanto que... de pronto ya estaba fuera del monte. La bicicleta tomada por el manubrio, a su lado y al lado de sus championes que caminaban paso a paso sobre la fina graba del callejón.
En algún momento futuro, sí seguramente posterior a aquel lapso sonámbulo, una voz repetida le trajo de vuelta al lugar presente. Era el Dengue. El Dengue de acá, o el de allá, o algún otro Dengue, todos distintos aunque parecidos, con lastimero aspecto otra vez, desgreñado y hasta tal vez algo sucio. El Dengue. Su amigo que le reclamaba con la mirada mucho más que con la voz...
Multiverso dimensiones mundos paralelos bolas mandinga Uruguay
Al cabo de una hora nadie en Lagomar fue testigo de que sobre las copas de los pinos de aquellos solares deshabitados se hubieran refractado por segundos los rayos del sol formando arcos y diagonales de iridiscencias aéreas, tal cual se forman cuando miramos a lo lejos con uno de esos prismáticos chinos de insólita baratura. Cosas que no existen. Como no existen las personas dobles ni triples, ni en múltiplos pares o impares, o algo que se parezca. Ni cosa alguna más allá de la sólida materia, el pan llamado pan y el vino, vino.
A Manuel no le interesó por el momento, la forma que su doble hubiese elegido para colarse en este mundo y partir de regreso luego rumbo al suyo. Se sentía cansado. Desconocía la herramienta adecuada para darle término a la sucesión infinita de argumentos reflejados que en su mente se alineaban hasta perderse en lo hondo de la perspectiva.Mucho cansancio, tanto... Tanto que... de pronto ya estaba fuera del monte. La bicicleta tomada por el manubrio, a su lado y al lado de sus championes que caminaban paso a paso sobre la fina graba del callejón.
En algún momento futuro, sí seguramente posterior a aquel lapso sonámbulo, una voz repetida le trajo de vuelta al lugar presente. Era el Dengue. El Dengue de acá, o el de allá, o algún otro Dengue, todos distintos aunque parecidos, con lastimero aspecto otra vez, desgreñado y hasta tal vez algo sucio. El Dengue. Su amigo que le reclamaba con la mirada mucho más que con la voz...
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