sábado, diciembre 27, 2008

638. RUDA Y JAZMÍN

Tan fuerte y presente era aquel aparecido olor que agobiaba sus narinas, que casi le estaban haciendo lagrimear olvidando la sorpresa anterior, por las palabras de Dengue, y llevando su mirada hacia los distintos lugares desde donde se pudiera estar desparramando. Tal vez entrara por la ventana entreabierta.

-De dónde vino ese olor a ruda?
-¿Olor...?
-¡Sí, ese olor que me taladra la cabeza! ¡No lo aguanto!

Era el colmo. Sólo él lo sentía, y de un modo tan intenso !! Los otros nada dijeron, ni siquiera Dengue, que sin embargo se restregó la nariz volviendo a mirar a los presentes con aire de recién llegado que se pregunta por el motivo de la reunión.
El olor cesó tan bruscamente como había aparecido, y ya Manuel volvía a pensar en las últimas palabras dichas, cuando fue acometido brutalmente por una ola de perfume de jazmín. Era un olor sólido, masivo, que no recordaba las cálidas noches del verano y los tantos paseos furtivos por jardines mal protegidos de setos y enredaderas. Le trasladaban literalmente a tanta cercanía que daba para recoger las flores a manos llenas y hasta masticar, si lo quisiera, los tiernos pétalos blancos.

-¿Es un chiste...?

Antes que ninguna contestación llegó otra ola de pura ruda y en seguida la segunda de jazmines... La tercera, la cuarta, intercaladas en los dos sabores, sostenidas en intensidad, y.. ganando una regularidad más propia de un reloj de péndulo que de un aromatizador. Manuel se agarró la cabeza y gritó tapándose los oídos con los antebrazos como si por allí le penetraran los estímulos...

-Es demasiado, -decía tratando de huir de lo que su nariz le gritaba. Chocó la pared, cayó el almanaque de los potros a la carrera, Dengue se paró como si nada le ocurriera y trató de rodearle con sus brazos, protegerle de algo que siempre viene de afuera. Giorgionne levantó la voz para imponerle que describiera lo que le sucedía. Magda temblaba...

-¡Ya está! -dijo de pronto, al tiempo que se dejaba caer con la espalda contra la pared hasta llegar a sentarse en el piso. -Ya está... menos mal, porque creo que no lo hubiera podido soportar más tiempo...!
-¿Que cosa?
-Esos... Sí, esas alucinaciones.
-Olor a ruda...?
-Y a jazmín.
-Los relacionás con algo...?
-No, con nada...
-Veías algo...?
-Nada especial... a ustedes con caras de asustados.

Dengue volvió a apoyar una mano sobre su hombro.

-Yo sé lo que es eso...

sábado, diciembre 20, 2008

637. VUELTA AL PRINCIPIO

Al rato comían todos juntos alrededor de la mesa que habían alejado de la pared para aprovechar sus cuatro lados. Sillas de distinta altura. Platos y cubiertos que tampoco hacían juego a no ser por mostrar una misma disparidad. Comida con sabor a pobreza bien llevada. Pocas palabras...
Dengue parecía algo más sereno aunque con poco apetito. Magda seguía fingiendo naturalidad aunque por dentro deseara no haber cargado con un segundo caso difícil sobre sus hombros. Vittorio trataba de no alterar en lo posible lo que en la vida de los muchachos le parecía una exquisita obra de arte. Manuel se lamentaba de no poder hacer uso de la confianza que en su propio mundo tenía tanto con Vittorio cuanto con la Magda. Se imaginaba que por algún lado andaría ya Mandinga buscándole y que en cualquier momento se les podía aparecer, para espanto de todos y alegría propia. Claro que ahora no se iba a poder ir hasta tanto dejara bien encaminado este asunto de Dengue. Si su otro yo -se lo planteaba- aceptara, viniendo, tomar la posta de la misma tarea, y si al mismo tiempo el grado de confianza que Dengue le había demostrado a él, se mantenía con el otro... Pero Vittorio estaba hablando.

-Y esos guijarros, Manuel, que me contabas...?
-Sí, los guijarros... Los traía en el bolsillo de atrás del vaquero, flaca...
-¿Los traías...?
-Sí, en el hospital me diste uno que no era mío... bah, sí, de Manuel... ¿Y el que yo tenía puesto?

Magda hizo esa apretura de labios que expresa contrariedad.

-Cuando te encontré estabas desnudo.
-...Claro, sí, pero... yo lo traía puesto desde...uf !!

Magda llevó la mirada hacia Giorgionne.

-De dónde venías, Manuel?
-De... A Bur Na Bar, la comunidad de los Esenios. Siempre ando con la bolsa de los guijarros en el bolsillo.

La flaca, vuelta a la palidez, recordó aquello de no contradecir a los locos. Volvió a buscar apoyo en Vittorio con la mirada.

-Perdón. Ya sé que piensan que lo que creo recordar no pudo ocurrir nunca. Menos durante esos quince días que dicen que estuve inconsciente.
-¿Es mucho lo que recordás...?
-Y... desde ese día que dice Magda que me encontró tirado en el baño... Bueno, recuerdo algo parecido que ocurrió hace más de dos años y que... Fue cuando empezó todo...

De golpe Dengue recuperaba el habla, -contale lo de las bolas- dijo, sin fijar la vista en ninguno, sino en el almanaque que en la pared mostraba una tropilla de caballos a la carrera.
Manuel saltó sobre su silla y agarró demasiado fuertemente el brazo del muchacho.

-¿Vos lo sabés, Dengue? ¿Te acordás...? ¿Cómo te podés acordar, si....?

Dengue siguió mirando el almanaque sin parecer enterarse del inquisitorio. Una de sus mejillas tironeaba hacia arriba sin ritmo ni compás predecible... Fue entonces que Manuel se dió cuenta de que el ambiente se había llenado del típico olor de la ruda

viernes, diciembre 19, 2008

636. La Talla Africana

En la cocina Giorgionne con Magdalena, tras la llamada hecha a la farmacia de Miguel, esperaban la llegada del mandadero con los dos remedios encargados. Picada ya la verdura y puesta a rehogar en la olla, hablaban de los posibles escenarios futuros con relación a un proceso que siempre es extremadamente duro y complejo. La voluntad debilitada, la profunda depresión, la vergüenza, la tendencia a ocultar la verdad y escabullir el bulto para volver a consumir la misma sustancia que está socavando todo el organismo y que a la víctima se le antoja como la única manera de obtener entereza y valor para poder vencerla.
Enseguida Manuel trajo a Dengue de vuelta sin haber querido mencionarle la necesidad de darse un baño. Parecía que sus ojos inquietos estuvieran contemplando otra realidad en la que sucesos alarmantes irrumpieran a cada momento en el completo silencio de su cráneo. Ya no quería hablar pero expresaba eso con los tics que recorrían su miembros y su cara tanto como el tamaño a veces de sus pupilas.
Estaba siendo contemplado. Nadie podía alejarse de la recurrente curiosidad de adivinar a través de los signos visibles, los invisibles sufrimientos que seguramente recorrían y horadaban la sensibilidad de este joven envejecido humano. Trataban de seguir la conversación, pero la presencia de aquella especie de talla africana en sufrido ébano, se imponía casi como una provocativa acusación que no necesitaba de ninguna prueba. Era una realidad tangible.
Manuel, y seguramente también Magdalena, conocían bastante de todo lo que se pudiera tomar como las causas que a la larga habían llegado a provocar este efecto. Pero también sabía. aunque no fuera su fuerte el desarrollo de largos razonamientos encadenados que, las causas tienen a su vez sus causas y que, como aquella historia del ala de la mariposa, de haber actuado alguien a tiempo... una pequeña acción tal vez, de parte de alguien que por un momento abandonase el cuidado de sus negocios... o de muchos que hubiesen decidido adoptar como principal norte de sus vidas el logro de una sociedad más armoniosa... De haber en el mundo suficientes personas sensibles al sufrimiento humano más que a la acumulación de riquezas...
Pensando en esas cosas Manuel hervía de indignación. No era éste por cierto, su mundo y por ello, como si fuera un extranjero se cuestionaba el derecho de juzgar a los nativos. En su mundo, contemporáneamente, la gente había llegado a comprender la innegable superioridad del amor sobre la riqueza, de la vida armoniosa sobre la estúpida lucha competitiva, ese ídolo asesino que nunca se sacia de sacrificios humanos.

martes, diciembre 16, 2008

635. Necesidad

Recién cuando llegaban frente a la entrada de álamos se dieron cuenta de haber sentido lejanos jirones de gritos y volvieron las miradas atrás. Se extrañaron de ver aquella figura conocida, el licenciado psicólogo, apeado a la condición de transeúnte sudoroso que, arrastrando un paso desparejo, agonizaba en el intento de aproximárseles.
¿Habrían tal vez, olvidado algún requisito importante de la burocracia? Formulario estúpido, carnet de asistencia... sacar un número para ser atendidos...? ¿Se habrían traído sin querer alguna pertenencia del consultorio? O quizá tendrían que haber pagado algo por los servicios...

-Muchachos...
-¿Pasó algo malo?
-No, nada. Me olvidé de pedirles la dirección para traerles esos remedios que van a precisar...

No llegaba a ser una mentira, pero.

-¿Traernos...?
-Sí. Hay un farmacéutico que dona remedios para estas cosas.
-¿El de la farmacia del puente?
-...si...

Era natural que fuera Miguel. Aun considerando las posibles diferencias, si en un mundo era un anarquista revolucionario, en este otro, por lo menos, una persona solidaria con las víctimas del sistema.

Pero se habían detenido todavía con Dengue colgado de los hombros de Manuel como un poncho puesto hacia un lado, mientras la pequeña casa les miraba tras los álamos, con su ventanas desparejas y sus paredes blanqueadas.

-Tenemos que entrar para que Dengue descanse y preparemos comida.

Entraron. Llevaron a Dengue hasta la cama y le decían que tratara de descansar mientras preparaban comida y arreglaban las cosas para que estuviera cómodo, cuando él pidió con urgencia para ir al baño. Claro que sin firmeza en las piernas como para poder hacerlo solo.
Manuel le llevó, le ayudo a bajarse los pantalones y a sentarse, mientras ambos olían la miserable mugre que cubría su intimidad y sólo Manuel se avergonzaba. Dengue, en cambio, absorto en su temblor, defecó mediante violentos pujos, varios chorros de jarabe pestilente

sábado, diciembre 13, 2008

634. Las lágrimas y el sudor

Cuando los muchachos salieron del consultorio Giorgionne les observó desde la ventana de vidrios opacos que abrió para eso. Un cuadro de complejo diseño humano formado por tres cuerpos y un nudo de emociones autenticas que allí próximo se alejaba dejándole la extraña sensación de haber participado por fin en una verdadera interacción con la realidad y no con la teoría. Lástima que se fueran, supuestos pacientes que de haberse quedado un rato tal vez le hubiesen permitido aproximarse un poco más al misterio de la existencia. Ese carozo inabordable desde los esquemas, perfume volátil por el que los más de los humanos guían los pasos y las acciones que componen la trama de sus historias. Desde ya que se había exedido en sus funciones. Desde ya que nunca debió aprobar que el muchacho fuera mantenido en un domicilio particular, ni tuvo por un instante que dar los nombres de posibles remedios para bajar la ansiedad. Es que había actuado como una persona, como ellos, dejándose llevar por el juego de las imágenes reflejadas, por la emoción empática... por el dolor...

Hasta un rato después no cerró la ventana... Se sentía lleno de una vieja sensación que no había vuelto a sentir en muchos años. Soledad. Como si la vida se le hubiera escapado. Su vida, su propia vida de la que sólo le quedara una sombra. Vida que sí había sentido latir en ellos, llena de coraje y de miedo. De lágrimas y de sudor. De esperanza...
De pronto sin pensarlo se estaba poniendo la campera, abriendo la puerta, despidiéndose parcamente de las funcionarias de la entrada, llegando afuera y mirando en la dirección hacia la que los muchachos se habían alejado, con una sola idea en la mente. No perder contacto.

Los colores del cielo tras las copas de los pinos ya estaban virando a rosado sobre los hilos amarillos de desflecadas nubes. Sintió la aspereza de la arena bajo las suelas, el rumor indiferente del tránsito sobre Gianastasio, la premura de los muchos que bajaban de atestados omnibus desde Montevideo, a descansar para retomar la rutina mañana, los que como él debería estar haciendo y no hacía, se embarcaban ahora dentro del engranaje constante, todo eso en el aire, en las voces que alla lejos se sentían hablar como un fondo sobre el que debería filmarse la escena. LLegó ahora a lo alto del callejón, donde comienza el paulatino declive y los vió, allá, enredados tadavía con los largos miembros del pobre Dengue, así le habían llamado, paso a paso sobre el plateado brillo del balastro, figuras oscuras, pequeñas, solo ocupadas en asumir plenamente sus destinos.

Corrió un trecho. Les gritó sin que le oyeran. Se agitó. Estaba nervioso. Tan nervioso como cuando... Estaba vivo!

jueves, diciembre 11, 2008

633. Vení conmigo

Mientras las palabras de Dengue todavía resonaban el pensamiento de Manuel se disparó hacia contrarios rumbos pretendiendo de golpe encontrar soluciones posibles y realistas a la encrucijada de un amigo que le pide ayuda para matarse. Nunca había gustado de dar consejos ni recibirlos, pero, le estaban pidiendo ayuda. Para seguir muriendo, tal vez, porque decía Dengue que ya era tarde, que de no serlo... Claro, su inteligencia todavía funcionaba. Era totalmente conciente, solo que pesimista. No estaba queriendo morir, lo creía inevitable. Pensó en cargarlo aún en contra de su voluntad, pero no debería dejarle solo... Llevarlo a la policlínica donde tendrían contacto con alguna organización de ayuda... No. Dengue confiaba en él. Tal vez sólo en él...
Le ayudó a pararse de nuevo, y al hacerlo observó las frágiles muñecas de sus manos crispadas en el esfuerzo de no soltarse, su vieja piel oscura de siempre, reseca, casi brillante, y el recuerdo de aquella hilera de eucaliptos entre cuyos troncos se le veía pasar acarreando tachos de comida para los cerdos, mientras en la otra cuadra gritaban su algarabía el resto de los muchachos del barrio que jugaban a la pelota.

-Vení conmigo...

Fue como llevar un liviano manojo de ramas que amenazaran desparramarse y que además fueran, contra toda lógica, el envoltorio de un ser conciente y sensible. Nada preguntaba ya, tomado con ambas manos de los hombros de Manuel. Pisando apenas, cuando no se le retrasaba el pié, temblando, apretando las mandíbulas, confiando...

Entraron sin preguntar al consultorio donde el licenciado Giorgionne tomaba el último sorbo de un café que ya se había enfriado. Colocaron a Dengue sobre un sillón y encararon al profesional. Necesitaban información sobre la mejor manera de sacar al amigo del estado en que se encontraba. No había tiempo para perder. Pasta base. Hablemos claro. No se trata de un estúpido. Ni de un vicioso por placer. Primer paso, ya.
No, alternación en una colonia, no.

-En mi casa, yo me hago cargo, es mi amigo.

Giorgionne entonces, se puso a decir todo lo que sabía sobre el tema. Se sentía impelido por una extraña voluntad que poco se importaba por las limitaciones que su profesión le marcaba. Con sinceridad enumeró todas las dificultades que un caso así presentaba y que presentaría a lo largo de un doloroso y difícil proceso. Pero también expresó su entusiasmo por el efecto positivo que sin duda produciría el mantenimiento de un compromiso tan personal.

-Yo no debería estar diciendo lo que digo pero... -miró entonces los tristes ojos de Dengue- Si vos querés salir de esto, con la ayuda de tu amigo lo vas a lograr.

lunes, diciembre 01, 2008

632. Un Peso Pal Vino

Salieron a las diez, juntos. No que nadie supusiera que él sujeto del experimento fuera incapaz de manejarse por sí mismo, sino una acción simplemente solidaria de parte de la flaca, amorosamente impensada y a la vez ansiosa. No se han encontrado registros que indiquen la composición del desayuno previo, como así tampoco de que sus estómagos fuesen emitiendo ruiditos al caminar las calles rumbo a la policlínica. Pero de cierto se sabe que a las pocas cuadras, es decir antes de pasar frente al boliche de Luque, como un espectro desnutrido se cruzó en el camino el Dengue, más ausente que presente, flotando en una atmósfera de nada. Era el mismo, por cierto, que había adquirido allá, fama de instructor de vuelo y reconocimiento por las perfectas trenzas de 32 confecionadas con las tiras de plástico alrededor de los núcleos de alambre de acero. Ahora y acá, retorcido manojo de tendones flacos adheridos a los poco que de sus huesos quedaba.

-¡Dengue!

Después de varios segundos de desconcierto vino la respuesta.

-¡Manuel! ¡Valor!...¿Sale un peso pal vino?

Enseguida la advertencia de no ser el mismo Dengue que él recordaba y de no ser él el amigo que acababa de reconocer este pobre despojo que así tan de golpe se le acababa de presentar.

-Vos no me podés fallar, Manuel, amigo... Yo soy el Dengue... ¿te acordás de mí...?
-Claro que me acuerdo, Dengue. ¿Cómo no me voy a acordar...! Pero estás mal... ¿Qué te anda pasando?
-Que no tengo un mango, ja, que va a ser?
-¿No estás comiendo nada?

La flaca estiró su pescuezo para llevar los labios junto a su oreja.

-Pasta base -dijo.
-Pasta base -repitió Manuel sin llegar a entender todavía el significado de esas palabras.
-Es lo que hay, valor -respondió el Dengue con esa misma sonrisa que bien podría ser vista como una despedida.
Después se arrolló sobre el balastro de la calle y agregó con un resto de voz.

-Dame lo que tengas. No quiero pedirle a mi tío.

Era el blanco flash de aquella historia que volvía doliendo como una sorpresiva puñalada que abriera el abdomen de cualquier ser vivo. La pasta base y la historia del Dengue entre los baldes de sobras para los chanchos y los tíos depravados que no sólo le explotaban... La mierda humana ensañada con la más debil de las criaturas que ahora solo pretendía morir miserablemente pero aun así con una pizca de dignidad.

-Venite a mi casa... Dejá esa porquería...
-No... Ya es tarde... Tirame un mango