sábado, noviembre 29, 2008

631. Tres Días de Otoño

Tocó carnicería en procura del churrasquito de docientos gramos, verdulería por las zanahorias, el repollo y de ser posible tomates. El autoservicio del chino Wong por el resto. Todo equilibrado y aquilatado según estiquiométricas proporciones que vendrían a reconstituir el mobiliario globular de la sangre y la biblioteca de catalizadores necesarios para las innúmeras reacciones bioquímicas que en delante se verían promovidas con un criterio sino estratégico, al menos táctico. No lo había dicho el facultativo pero, tal vez con su vacía mirada vuelta hacia el reloj de la pared, no otra cosa hubiera querido indicar que la existencia de una posibilidad no nula de que los tan extraños síntomas observados, escuchados, fueran apenas la consecuencia de una incipiente desnutrición. Casos así se han visto en tiempos de escasas meriendas y nulos almuerzos, cuando las pobres neuronas deben aguzar el ingenio y la imaginación, en procura de nuevas fuentes de recursos.
Llevaron, fuera de receta una caja de vino, papel higiénico y café, y llegaron a la relativa altura desde la que otra vez se divisaban los álamos en el bajo, frente a los pinares parejos y oscuros donde alguna vez, en algún tiempo y lugar, Manuel había conocido a su padre.
Todo parecía estar en su lugar salvo las hojas. Los álamos parecían arañar el cielo mendigando ropaje. Estaban en otoño. Por cierto, o tal vez ya comenzando el invierno, no. El clima y la luminosidad del aire parecían otoñales. Era el mes de abril de hacía dos años, pero en otro mundo. En éste no se habían abierto esferas huecas en el piso del baño ni había sido él raptado en una de ellas para llevarlo hasta aquel tugurio filipino de la segunda guerra, donde Ernie Pike fumaba su eterno cigarrillo mientras esperaba el desenlace de una de sus historias. Esto era el otro lado de la membrana, tabique, espejo, tramoya, que separaba las distintos planos de la misma trama. Si él habia sido llevado a otro mundo desde su casa, tal vez habría sido sustituido por otro Manuel traído desde a su vez otro mundo. Luego, en éste él había aparecido inconciente en lugar de otro que habría sido llevado... uf! Más valía no tratar de entender tan intrincado juego de sustituciones, de tiempos y de lugares. Mejor sería tomar las cosas tal cual se presentaban y esperar con calma que apareciera Mandinga a buscarle.
Fue el primero, entonces, de tres días de almuerzos puntuales, amor moderado y descanso. Tres dias otoñales dignos de la sazón de los años, cuando las frutas se muerden de a bocado tomándose el tiempo para el saboreo. Tres días sin conflictos de opiniones, en el pacto tácito de no mencionar lo innombrable, absortos como estaban cada cual en la contemplación de lo extraordinariamente parecida que puede ser una cosa a otra sin dejar de ser diferente. Una persona. Magdalena identica, no sólo en lo físico, a Magdalena. sino hasta en los más escondidos tics de su personalidad y Manuel, oh Manuel... ¿cómo podías, Manuel, haber perdido casi por entero tu memoria y adquirido otra prestada, fabricada de retazos absurdos y fantasías novelescas...?
El tercero fue jueves. Lo era de puro derecho por ser el siguiente al miercoles, el segundo, que ya había transcurrido por completo sin noticias de Mandinga, ni de ninguna otra cosa que no fuera el silencioso transcurrir del tiempo entre comidas y besos. El jueves, hoy jueves tocaba psicólogo

miércoles, noviembre 26, 2008

Recuerdos del Futuro

Rulo extrajo billetes de su bolsillo y liquidó los mencionados haberes sin chistar otra cosa que el consejo de que se tomara unos días todavía de descanso, no fuera que el trabajo le pudiera reavivar ese problema que le había dejado K.O. durante los últimos quince días. Si le parecía, mientras él se pusiera en contacto con el tipo ese y arreglara los detalles. También que podría ser importante no olvidar la cita con ese psicólogo, por lo que fuera, considerando que lo que le había pasado no era cosa común.
Manuel le propuso tranquilidad al respecto, que se encargara no más del negocio, que no le mirara demasiado el escote a la esposa del tipo y que si se ponía a revisar las rutas de la humedad por las paredes, tuviera especial cuidado en no apoyarse en la alacena que colgaba de la pared de la cocina.

-En cuanto le hagas fuerza se te cae encima y vos con ella arriba de esa señora que anda con muchas ganas de sentir algo. El marido es un milico retirado, de la pesada, amigo del comisario y de los hombres grises del ministerio de defensa.

La cara de Rulo parecía no terminar de empalidecer.

-Otra cosa. Si vas al garaje al buscar la escalera tené cuidado con un rollo de alambre de acero que hay a un costado, que podrías engancharlo al sacarla, y rayar la pintura de la Cherokee azul metalizado. Si subís a revisar el tanque tené cuidado con los contactos del flotador, patean. Si te caes no te agarres de las tejas, se sueltan. Pero si igual te pasa todo eso no rajes, el tipo es medio idiota y si te sigue de atrás no va a ser para matarte sino para ofrecerte más trabajo. Su mujer le pide cosas y él busca alguien que quiera hacerlas.
-¿De qué estás hablando, primo...?
-Del futuro.
-¿Te has vuelto vidente?
-No... Pero sé lo que te digo. Ja. Tantas veces me has dado consejos... Bueno tu otro yo, el de mi mundo que no ha de ser muy distinto que vos... Y vos a mi otro yo, seguro, sin que nunca te los pidiera, porque... ¿nunca te dijeron que sos medio sabihondo? Te lo digo de onda, no para molestarte. Vos por lo general venís de vuelta de todo y de todo sabés cómo hay que encararlo. Ja, esta vez estás medio asustado, no? Tu primo se ha vuelto loquito y habla cosas que no podés entender. No te preocupes, yo me sé cuidar.

Las muchachas volvieron de la cocina mucho más distendidas. Habiendo revisado los distintos aspectos del problema concluían en que el tratamiento debía hacerse en base a paciencia, amor y sexo. Eterna receta trasmitida por las viejas matronas desde tiempos inmemoriales. Paciencia para esperar, amor para optimizar, y sexo, dosificado sabiamente, para mantener vivo el interés.

-¿Nos vamos, Manuel? Tenemos que comprar algunas cosas para cumplir con la dieta que te mandaron...

sábado, noviembre 22, 2008

629. ALUCINACIÓN (otra)

Miró Manuel de soslayo a Magdalena, y a Rulo más de frente, para ver que éste no se tragaba lo de que le hubiese contado. Tal vez porque no fuera posible que ella supiese lo que él, de puro imprudente, acababa de lanzar. Pero es que acaso les iba a seguir el juego de suponer que en realidad pertenecía por entero a este mundo? (como al parecer estaría pretendiendo hacerle creer ella... al tanto entonces de que eso no era así?)

-Lo adiviné, primo. ¿No es ese milico que tiene una agencia de seguridad, una cuatro por cuatro marca Cherokee color bordeaux y una mujer bastante tetona?
-...azul metalizado...
-Nos va a pedir que arreglemos el jardín pero especialmente que le pintemos la casa que acaba de comprar, allá al fondo de Becú en la proa, y que veamos si podemos eliminar unas manchas de humedad que aparecen en algunas paredes y que no te engañes conque pueda ser la bajada del tanque. Están todas la cañerías podridas.
-¿Pero... vos hace dos semanas que estabas inconciente...?
-Ja, no creas en las apariencias. Mientras uno parece estar inconciente, por otro lado puede andar recorriendo el mundo.

Todos se miraron junto con al bajada de párpados de la nueva flaca, que así venía a decirles del estado lamentable en que había quedado su mente, luego del accidente que había padecido en el baño de su casa y que sin embargo no le había dejado ninguna señal física de violencia. Rulo adoptó un tono más serio y paternal.

-Te mandaron tomar muchos remedios?
-No. ninguno. Dijo el médico que es un caso en un millón que se da entre personas perfectamente sanas que de pronto se ponen a sintonizar un canal que ninguno de los otros pueden ver... O al revés... Porque creo que es ahora, en este momento, que estoy padeciendo una especie de alucinación.
-Le dieron pase para un psicólogo...

Comprendió Manuel que otra vez se producía el entendimiento tácito entre todos de seguirle la corriente como si fuera loco, pero esta vez le pareció muy divertido darle paso a las fieras, por decir escándalo a los cuerdos, locura en fin, que no fuera más que la pura y loca verdad.

-Si, con el licenciado Vittorio Giorgionne, el mismo que cuando se me vino el auto rojo encima allá en Buenos Aires, es decir en esta misma casa el día que me habían invitado a almorzar. Te acordás Julieta del salto que dí por encima de la mesa?

Silencio.

-Claro que igual que aquella vez va a ser fácil convencerlo de que no soy yo en que está loco, sino la realidad. Tal vez ustedes todavía no se han dado cuenta, pero cuando vean llegar a mi padre volando en su bola de papel de diario, a buscarme, y vean qué grande y feo que es y le escuchen reír con esa risa tan graciosa que tiene... Para mejor se llama Mandinga. No que se se llame, sino que es no más el verdadero Mandinga, ese tan famoso de los versos gauchescos... Bueno, mi padre. Cuando puedan ser testigos de esas cosas y otras que ya van a suceder, entonces van a estar de acuerdo conmigo en que la realidad es una completa locura. Ja ja.

Silencio.

-Claro que yo no soy el Manuel que ustedes conocían de antes. Ese y yo hemos sido intercambiados, todavía no sé por cual causa, voluntaria o accidental... Pero todo lo va a aclarar mi padre cuando venga un día de estos. Puede demorar un poco porque, a pesar de que es muy hábil para orientarse entre miles de mundos paralelos, casi iguales entre sí, él no sé cómo hace pero termina por encontrarme... Tal vez cuando aparezca venga con el otro Manuel, el que ustedes conocían de antes, que ahora va a venir bastante asustado y hablando cosas más locas que estas que yo apenas les digo como para ponerlos sobre aviso.

Julieta casi sin disimulo llevó a Magdalena para la cocina.

-Te quería pedir, primo que me des mi parte del dinero de esos trabajos que ha hecho mi tocayo. No va a ser robo que lo gaste en mantenerme vivo, ya que él ha de estar en este momento comiendo en mi lugar allá donde está, que es donde yo debería estar, no sé si se comprende...

martes, noviembre 18, 2008

628. DUDAS

Se le presentaba la duda a Manuel sobre si él y Magdalena estarían viviendo juntos. No se le ocurría la manera de preguntarle sin que sonara demasiado raro. Natural que siendo él de otro mundo y ella de acá, no lo supiera y, aunque pudiera parecer gracioso de golpe se estaba poniendo tímido, cohibido por esta hermana gemela de la flaca que en definitiva no le estaba creyendo un carajo de todo lo que había explicado sobre los viajes por los mundos paralelos y la necesaria certeza que él tenía, de que otro Manuel, el que sí sabía si vivían en pareja con ella, debería andar perdido por ahí tratando de volver otra vez a su nido. No era que no le atrajera la idea, sino que se sentía bastante extrapolado cada vez que pensaba que ella era otra, íntimamente relacionada con la otra, como una hermana, o la amiga más amiga aun sin conocerse. Y él... una especie de intruso que venía a traicionarse a sí mismo, como ya le había pasado en otra oportunidad pero a causa de una situación mucho más confusa. No quería, ni se detenía a pensar la razón de las dudas en un sentido ético. Si pudiera ser considerado culpable o no. Le ocurría en cambio que se sentía incómodo en el papel de engañador. Si al menos ella le creyese por un momento que él no era el Manuel que ella conocía... y si aun así quisiera seguir la vida que pudiera haber estado llevando con el otro... Ah, porque lo que es besar...besaba tan bien como la verdadera flaca!

-¿Volvemos para casa...?
-Sí. pero antes debemos comprar comida. el doctor me ha dado una dieta que tenés que seguir. Estás muy débil...
-No tengo un peso en los bolsillos.
-Ya lo sé. Pero Rulo tiene plata para vos que cobró del último trabajo que hicieron.

Era el dinero del otro. No podía de ninguna manera comerse la plata del otro y encima... capaz... y apropiarse de su casa y de su ropa. ¡Que situación de mierda!

-Vení, Rulo a esta hora ha de estar de vuelta... si no se fue al hospital a verte. Me olvidé de mandarle un mensaje... Ja, mejor dicho me quedé sin tarjeta.
-Y vos... ¿Has estado sin trabajar por cuidarme...?
-Mirá allá está la moto, qué suerte!

Iban llegando a la casita cuando salió Julieta a recibirles. Sin querer Manuel corrió hacia ella como si fuera al encuentro de la verdadera Julieta, con su manera tan particular de caminar que le hacía siempre resaltar lo bien proporcionadas que tenía la caderas y los senos y la elasticidad de todo su cuerpo.

-Manuel, qué suerte que ya estés bien. Rulo fue hasta ahí, ya viene...
-Y Lucila...? ...Ah... digo...
-¿Qué?

Juleta se había puesto espantosamente pálida. y Manuel al notarlo y buscar en aquella figura el embarazo que debería tener a esa altura de ese año, sintió que el suelo se le hundía en la impresión de tal vez haber dicho algo terriblemente hiriente. Julieta no estaba embarazada, no tenía rasgos de haber recientemente sido madre, parecía al borde de un desmayo.

-Perdón. Todavía estoy confuso.
-No es nada... Vengan, vamos a tomar unos mates adentro...

Rulo tiró los paquetes sobre la mesa tropezando por abrazarse con Manuel al tiempo que gritaba bromas sobre la fingida enfermedad de su primo. Hijo de puta y esas cosas. La cantidad de trabajo nuevo que estaba apareciendo. Hasta uno de un milico con guita, que parecía querer que le reparen todas las cañerías de una casa que acababa de comprar y se la pinten.

-¿Qué te parece, eh?
-¿Ferrari se llama...?
-Sï. ¿Pero cómo lo sabés...?

Magdalena intervino.

-Yo se lo conté...

Rulo la miró confundido.

lunes, noviembre 17, 2008

627. El Payaso de Hojalata Multicolor

La casa estaba perfectamente vacía, es decir que su esposa la escribana Rocencratz, se había ausentado justo a la hora que todos los días con disimulo le esperaba para zaherirle con sus desdeñosos comentarios. Tampoco su hijo, el simpático pelandrún veinteañero, se veía por allí, así que se fue directamente al estudio donde en silencio se puso a mirar por aquel pequeño sector de la ventana donde el progreso todavía permitía ver un trozo de cielo y algunas ramas de árboles casi sin hojas. De la ventanita la vista derivó hacia la fotografía encuadrada en la pared. Él mismo con la edad de su hijo, y la misma expresión distraída, entre los pinos de Salinas cuando el tiempo siempre sobraba. Después Roselín sonriendo aquella sonrisa que le duró hasta el tercer año del matrimonio. Después la biblioteca. El banderín del Pelotaris que nunca tubo iniciativa de tirar, los odiados tres monos sabios, las obras del viejo Freud que ultimamente no leía... Y la cajita de madera laqueada en la que Sergio le había entregado su polémico regalo.
Se levantó para traerla y volvió abriéndola y depositando el contenido sobre el escritorio. Era un objeto oblongo y asimétrico por el lado que se le mirara. Más panzón por uno de los lados y con esa forma de huevo deforme que era más deforme también por un lado que por el otro. Algo así. Lo colocó en el centro del espacio y tomándolo desde arriba con tres dedos le imprimió un brusco giro antes de soltarlo. El objeto giró como si fuera un trompo, manteniéndose en el mismo lugar por casi un minuto, sin cabeceos y apenas aminorando el ritmo. Luego, cuando de pronto se puso a oscilar como dudando qué hacer, fue que Vittorio volvió a sonreír al modo de cuando vió por primera ves bailar el payaso a cuerda y tocar el bombo sobre aquel carromato multicolor de hojalata, que había pertenecido a su abuelo. Y sonrió de ese mismo modo mucho más cuando el objeto ahora iniciaba el giro retrógrado, perfecto, parejo y sostenido, antes de perder por fin todo deseo de hacer demostraciones.

-Gracias Sergio- pensó.

Se sentía liberado. Este simple objeto que a su parecer, y el del viejo amigo, desobedecía todas las leyes del universo y la materia, se estaba constituyendo en la mejor expresión emergente de aquellas voces interiores que recién lograban llegar confusamente a su conciencia. No quiso empero, darle una forma precisa, un contenido conceptual definido, no. Prefirió dejar aquel arruyo rumoroso como una música de fondo. El ronroneo del agua que por fin brota del manantial escondido viniendo a revitalizar las esperanzas de reencontrarse con aquel viejo joven que algún día había sido.

-Así es Vittorio, -se dijo- te llenaste la cabeza de ínfulas y teorías y te olvidaste de vivir. Te escondiste como un cobarde dentro de los libros, quisiste saber todo, dominar las fuerzas, prever los desenlaces, evitar las sorpresas, explicar los misterios... Has sido un cagón. Hoy te llevaste un susto. A pesar de todos tus sistemas y tus conceptos y tus clasificaciones... Te llevaste un susto. Hay cosas que habitan fuera de las fronteras de tu pobre conocimiento. LLegan hasta acá apenas los perfumes que escapan por las rendijas de algunas ventanucas no del todo cerradas. Por suerte eres estúpido pero no tan necio como para negarlo. Ese muchachito te habló de algo que nunca vió sobre tu escritorio, como si lo hubiese visto con tus propios ojos. ¿Magia? ¿Telepatía? ¿Otros poderes extrasensoriales? ¡Pamplinas! No crees en esas cosas y estás en tu derecho, pero... ¿Acaso no será tiempo de abrir un poquito la cabeza?

jueves, noviembre 13, 2008

Lo que hay

Mientras tanto Giorgionne pensaba todas esas cosas, y muchas otras que no se detallan por no distraer, el ómnibus de Copsa había terminado su recorrido en la terminal de Ciudad Vieja. Los pasajeros, sobre desparejas veredas enfilaban tasiturnos, sin ojear los titulares sobre la la Ley de Salud Reproductiva, el posible veto del presidente, la excomunión prometida por Cotuño y las elecciones en Peñarol. Un día más. Uno más de tantos grises dias en el pequeño país de los hombrecitos grises que cotidianamente suben y bajan sin protestar demasiado por las carencias del servicio o la incomodidad de los asientos. Otro día para terminar frente a un plato de comida tibia, una pantalla que habla estupideces y una compañera cansada de soñar la vida como una pasión.
En otras partes de la ciudad, en simultáneo, los últimos comerciantes cerraban sus tiendas o ferreterías con la magra cuenta en la memoria y el sonsonete de la radio que habían escuchado sin escuchar desde algún lugar de los estantes, entreverada con las mediadas de los tornillo, el precio del quilo de papa, y esa moto del vecino que revienta los tímpanos a cualquiera. Otro día que se suma a los muchos que han pasado desde que ya no se esperan, sino que se dejan pasar como los bancos de niebla. Puré de papas sin sal ni aceite en que ha concluido aquella lucha de clases tan temida y postergada por una entera generación, que a fuerza de paños tibios, consideraciones y alianzas terminaba siendo la cosa más parecida a la nada. Una nada totalmente honesta.
Vittorio lo sabía. Lo iba sabiendo mientras volvía a caminar las viejas veredas aquellas de cuando bastante más joven festejaban la vuelta de la democracia y el entierro de la feroz dictadura instalada para evitar esto que al fin la había sucedido. Paradoja, que fuera tan difícil decir cual de los bandos había triunfado, si no era que los dos habían sido derrotados por la grisura y la fuerza de la costumbre. Dictadura mucho más duradera, prohijada por generaciones de empleados públicos aburguesados y carentes de conciencia verdadera, que al parecer de Vittorio, nunca podría terminar en la defenza corporativa de algunas ventajas económicas alrededor del derecho de no hacer nada. Aburrirse todos los días hasta los tuétanos pero con mucho cuidado de nunca llegar a ser útiles. Los odiaba y al mismo tiempo se sabía uno de ellos. O más bien les comprendía de mala gana, todos sumergidos en este mar sin olas en que se había transformado la vida, la de ellos y la suya propia, desde que les habían convencido de que la política es simplemente el arte de lo posible, y lo posible, lo que hay.
Dobló por Durazno y mientras iba sacando del bolsillo chico las llaves saludó a la muchacha del quiosco que tantos defectos tenía según su mujer y al hacerlo volvió a ver la estampa viviente de aquella cosa en que se había transformados tras diez años de matrimonio. Roselín Rosencratz de Giorgionne. Escribana.

martes, noviembre 11, 2008

625. Pisapapeles

Ese pedazo de piedra con el que apretaba los papeles en desorden, que le trajo Sergio de Europa, como prueba irrefutable de la incapacidad explicativa de la ciencia. Porque bailaba de aquella manera ilógica, que a su parecer indicaba un sentido innato del equilibrio y la moderación. Como un Universo, en el que se crearan tantos elementos con una característica, y necesariamente, el mismo número de los que poseyeran la característica contraria. Según él, esas piedras, llamadas hachas, aunque tal vez nunca hubieran sido usadas como tales, contenían en sí mismas ese criterio universal y por eso, cuando le obligábamos a hacer un número de giros en un sentido, inmediatamente se empeñaban a compensarlo con un otros tantos en el contrario... Ahora bien, ¿cómo se habría enterado este muchachito Manuel de que él poseía una cosa así? Pretendía haberse enterado por su boca del nombre hacha celta, y de las confusas explicaciones que alguna vez había leído en una vieja revista científica, donde la causa del giro retrógrado aparecía como consecuencia de un bla bla bla de desplazamientos de centros de gravedad y nada parecido a que la piedra tuviese conciencia o memoria. Las piedras suyas, que pretendía haberle mostrado en acción, poseían aquella propiedad junto a otras que las hacían útiles para comunicarse de forma instantánea con otras que... ¡Basta ya!
Los árboles del Parque Roosevelt pasaban frente a las ventanas del ómnibus como fichas de dominó que siempre mostraban seis sobre seis sin ser la misma.
La lógica pedía un puente entre los datos de su vida privada y las palabras de Manuel.
Una ecuación que una vez resuelta mostrara las raíces a la luz del día para que sustituyendo su valores en las incógnitas se verificara la igualdad propuesta
Ya una vez había estado a punto de creer que su mujer, nada menos, la escribana, poseyera poderes telepáticos cuando de golpe la había sentido pronunciar el exacto y extraño nombre de aquella su amante accidental. Qué sorpresa. Sentirle decir que la mañana se mostraba "más cariñosa que Ifigenia Mendizábal", así con la escasa sonrisa de sus dientes apretados en los cinco minutos de "me tomo un té", entre protocolo y protocolo. Ja, sus verdaderos y propios amantes. Todo tenía o debería tener su explicación. Aquella vez no había atinado a averiguarlo, aunque seguramente lo dicho por la escribana hubiera sido cualquier otra cosa con una sucesión de vocales similar a los que él creía haber escuchado, y esta... Esta vez el problema no estaba en algo que se hubiese escuchado mal, sino... en que la probabilidad de coincidencia entre un mero divague o delirio y la privada realidad de su escritorio de trabajo... Porque si le hubiera dicho que su estudio tenía una ventana que daba al patio de la casa, con las ramas del álamo asomadas y las plantas y la reposera... Pero, que le viniera a recoger de sobre su propio escritorio aquel extraño objeto que ni su propia mujer hubiera sabido nombrar adecuadamente...
Se podía hacer un resumen. Cierto que el poseía un objeto llamado hacha celta. Cierto que dicho objeto tiene la peculiar propiedad de volver marcha atrás los giros que se le imprimen. Cierto que una vez había leído en una revista una pretendida explicación del fenómeno. Falso que conociera de antes a un sujeto llamado Manuel Aquelarre. Falso que dicho sujeto le haya nunca mostrado otros objetos con propiedades similares y hasta más extrañas que las de las hachas celtas. Cierto que él no pretende que la entrevista se haya producido en esta realidad. Cierto que su novia no cree que haya podido hacer otra cosa que yacer inconciente sobre una cama. Cierto que sobre lo que pueda pasar en otros mundos, si es que existen... es poco lo que se pueda afirmar.

-Señor, hemos llegado a destino. ¿No se piensa bajar...?

lunes, noviembre 10, 2008

624.Terciopelo Azul

Vinieron entonces las presumibles disculpas de una parte por interrumpir su retirada y por la otra sobre el escaso tiempo, además de que esas no fueran cosas para hablarse a la carrera sobre el pedregullo de la calle mientras el ómnibus se escapa, y el atardecer que ya se viene, con el tránsito rumoroso y lento de regreso a Montevideo por Avenida Italia y el relumbre púrpura del ocaso. Que joder. Hay horarios que se han establecido y que no se cumplen haciendo que uno se rasque los huevos cuatro horas aguantando el siseo del televisor que las enfermeras ni ven ni apagan, mientras los que tienen hora marcada no acuden y los que no, le paran a uno justo en el minuto necesario de presteza para llegar a tiempo a la parada. Que joder. Aunque con todo no diera para desestimar el pedido de ayuda de una parejita que al parecer está pasando por una situación confusa de la que habría que desbrozar verdades de mentiras al principio, y después ver lo que queda. El jueves, por ejemplo, de dos a tres, aunque la muchacha se vea tan ansiada y desamparada por la suerte del noviecito este que no parece demasiado afligido, aunque sí, pensando en segundo plano algo que estaría bueno averiguar. Sería todo por ahora y no tendría ningún sentido que siguieran caminando al costado, la muchacha, Magdalena dice, insistiendo en obtener respuestas y explicaciones sobre los supuestos falsos recuerdos que él ha elaborado durante su período de inconsciencia, a lo que el muchacho acompaña con raro gesto de la boca casi como una seña del siete bravo. Ha de estar desestimando. ¿Qué? ¿Qué puede estar desestimando entre tantas cosas que salen de la boca de ella, impelida por el deseo evidente de no dejarle ir, la puta. ... ¡Allá arranca el puto ómnibus!

No el asiento de portland de la parada no es un lugar como para evacuar una consulta profesional, al menos en sicología. Pero ahora el sujeto pretende haberse atendido con él, hace dos años, cuando los de su entorno creyeron que se estaba volviendo loco, y hasta él, porque a cada rato volaba con sus existencia a lugares remotos y hasta tiempos. Y que él, es decir yo, el licenciado Vittorio Giorgionne, que le había sido recomendado por el mismísimo Pepe Mujica, cuando le interceptó en el comité del MPP para contarle que había estado siendo perseguido por una banda de milicos torturadores incluso hasta un rato antes en aquel club de bochas de la calle Mariano Soler. Dice que evidentemente también el Pepe había llegado a opinar que estaba con faltante de jugadores en el equipo, pero que, cuando por fin le había hecho bailar las hachas celtas sobre el escritorio. ¿Acaso no lo recordaba? Él, es decir yo, aparte de abrir desmesurados ojos de asombro, había quedado convencido de que él, se refiere a sí mismo,no estaba propiamente loco sino en contacto con una realidad distinta de la cotidiana. Pero se interrumpe ahora tomándose la cabeza y preguntando, como por si acaso su sospecha fuera falsa, qué día de qué año era este en el que bajo el techito de la parada, y el rumor del tránsito, estábamos pretendiendo definir cuál de todas las posibles realidades era la verdadera. 5 del 7 del 6 le contesto como quien llena un formulario. Pobre. Pobre porque pálido se ha puesto, y tartamudo, cambiando la voz y el ritmo de la conversación. Conque en realidad la otra entrevista conmigo licenciado Vittorio Giorgionne, parece tener el nombre muy presente, se realizó hace más de dos años en la policlínica y más o menos en esta fecha. Previa llamada telefónica mía al teléfono celular de "la flaca" que él, Manuel, en aquel entonces Aquelarre le había pasado al Pepe y este a su secretario, para que contactara un sicólogo. Por supuesto que alego que no llevo ni un año trabajando en Lagomar. Replica que era lo que me estaba diciendo, que aquellos días de hace dos años venían en realidad, a ser estos mismos días, y que la entrevista que tuvo entonces, y que él me podría referir con lujo de detalles, no va a tener existencia en este mundo en que ahora respirábamos, por la sencilla razón de que estábamos hablando de mundos paralelos. Me acordé de aquella película del hombre mirando al sudeste y... debo ser sincero conmigo mismo... sentí que toda aquel conjunto de delirios mal concatenados se cubría de pronto con un manto oscuro de misterio... Apenas tuve tiempo para pararme y hacerle seña al ómnibus que venía. Al sentarme en mi mente estaba instalada la imagen de aquella hacha celta que tengo sobre el escritorio del estudio.

sábado, noviembre 08, 2008

623. La Vieja Policlínica

Horas más tarde bajaban del ómnibus entreverados todavía en un diálogo abstruso y entrecortado. Manuel que insistía en enterarse de las últimas noticias de la patria anarquista, de los movimientos de las huestes de Satanás o de lo que pudiera opinar al respecto tanto Mandinga, su padre, como el mismísimo Jesús Cristo, advenido en nuevo asesor y consejero. Y Magdalena, que nada comprendía y a todo contestaba con evasivas mientras apuraba el paso rogando interiormente para que llegaran a la policlínica antes de que el sicólogo ese se hubiera retirado.

-¿Cómo fue que te dije que se llamaba el licenciado...?
-Giorgionne, flaca, ¿cómo más querés que se llame? Vittorio... El mismo Vittorio de siempre... O acaso...?
-Sí, tenés razón, es que con todo esto...

Manuel iba a insistir conque por muy preocupada que pudiera estar no podía.... Pero se quedó mudo no pudiendo él creer lo que estaba viendo cincuenta metros adelante. ¡La policlínica! ¡La vieja policlínica de Lagomar se mostraba allí enfrente en su completa vieja estampa de cuando todavía no le habían hecho las ampliaciones. En lugar del ala izquierda, compuesta por los cinco consultorios nuevos, volvía a reinar el viejo baldío lleno de altos yuyos que abrían sus flores filamentosas bajo una nube de minúsculos jejenes. Se detuvo.

-¿Qué ha pasado aquí?
-Nada, Manuel. No ha pasado nada. Vení, no perdamos tiempo que vamos a llegar tarde...

De golpe se precipitó desde la cima de su ingenuidad al abismo de saberse caminando en otro mundo. Cristo lo había tirado quién sabe dónde, tal vez por impericia, o por descuido, y hasta quizá sin darse cuenta! Cristo era un boludo. Pero ahora...
Retuvo por la mano a Magdalena.

-Esperá flaca. Tenemos que aclarar algunas cosas...

Fue duro convencer a la muchacha que cada vez se mostraba más ansiosa por llegar y poner en manos de alguien que entendiera del tema, a este flaco, su amado, que ahora se empeñaba en hablar incoherencias después de haberse pasado dos semanas inconciente. Se negaba a discutir la irrealidad de la realidad, de la ilusión, o de lo que fuera. Ella no era sicóloga ni médica ni nada. Ella sólo quería que su flaco estuviera bien y que cuando hablaran de una cosa, los dos se refirieran a la misma.
La muchacha era igual a Magdalena, pero era otra. Otra que aun no se había fogueado en los viajes interdimensionales, ni en las guerras cósmicas, ni en el diálogo con la gente que una vez muerta en este mundo, se trasladaba a aquella zona de las siete dimensiones y el tiempo doble... Estaba dominada por el miedo. Manuel trató de meterse en su pellejo y sentir el erizamiento que evidentemente ella había estado sintiendo a cada palabra extraña que él había pronunciado. ¡Pobre! Acercó su cara a la suya. Observó la increíble identidad de formas y rasgos, hasta los más pequeños y fugases temblores de aquella piel le eran conocidos. Se acercó más, como para un beso, y un pensamiento veloz cruzó entre las dos miradas. Si el no era de aquí... entonces habría otro Manuel que... Pero a él lo habían encontrado en su casa... Entonces el otro, ¿por dónde andaría...?

-Allá se va. Ha de ser ese que está saliendo!
-¿Quién?
-El sicólogo...
-Ah, sí... Es él. ¡Eh Vittorio! ¡Esperanos!

El otro se detuvo ya que no podían estar gritando a nadie más. Nadie andaba por aquellas calles más que ese par de muchachos agarrados de la mano que ya avanzaba a paso largo hacia él, haciéndole irremediablemente perder el minuto preciso que necesitaba aprovechar, para llegar justo a las menos cinco a la parada de Copsa, y a su casa antes del comentario mordaz de su esposa la escribana Rocencratz.

viernes, noviembre 07, 2008

622. ¿No habrá sido él?

Es posible que haya abierto los ojos, porque algo en él se abrió de pronto y de par en par a todos los sentidos simultáneos. Cataratas de sensaciones le inundaron y sacudieron al mismo tiempo que el beso primordial continuaba según sus más profundos deseos. Los labios sentidos en toda su tierna realidad de calor y delicioso tacto corrugado, el perfume aquel, nunca olvidado de las más antiguas flores abiertas en el aire de las noches, la humedad... La luz que ahora a raudales le inundaba en orgiástica tocatta, el cuerpo todo que revivía de forma violenta latiendo a todo vapor, la respiración que tragaba resuellos insaciables y por cierto el sexo que ahora también despertaba reclamando su lugar. Estaba vivo por cierto y aquella era su flaca de siempre! La impagable, que acababa de hacerle saltar desde la grisura de la inexistencia a la vorágine de la vida.

-Flaca!

Vino desde el costado una enfermera blanca a controlarle la sonda del suero. Magdalena le acariciaba las mejillas. Él sentía necesidad de preguntar todo pero el corazón le reventaba en el pecho y de pronto se estaba mareando.

-Qué me pasó? Por qué estoy aquí?

Magda, con un gesto le pidió una pausa. La enfermera se retiraba...

-¿No te acordás de nada...?
-Y... lo último... que estábamos volviendo de A Bur Na Bar... la carpa aquella...

Magda en silencio le palpó la frente.

-En tu casa. Te encontré tirado en el piso del baño.
-¿En casa...? Qué raro... No me acuerdo de haber llegado. ¿Y vos, no estabas conmigo...?

Vino un médico con comentarios alegres, los de siempre. Le tomó el pulso, le miró un ojo estirando el párpado. Apuntó cosas en una libretita y murmuró otras hacia la enfermera.

-Haz estado mucho tiempo inconciente...
-¿Qué me pasó?
-No se sabe... Los estudios dan resultados normales. Estabas caído, desnudo, pero aparentemente no te habías golpeado al caer.
-¿Y Satanás...?
-¿De qué hablás...?
-Digo. ¿No habrá sido él...?
-¿El que qué...?
-...el que me tiró... que me hizo algo y me dejó incociente...
-...

La enfermera estaba de vuelta quitándole la mariposa del suero en la muñeca. Había escuchado parte de la conversación pero apenas movió la mirada en silencio de uno a otro. Cuando por fin se fue, Manuel arremetió con sus preguntas. Quería ponerse al día. Si era que había estado inconciente entonces... qué había pasado en aquella vuelta de Galilea traídos por Jesús dentro del receptáculo formado por las líneas de guiones. ¿Habían llegado sin inconvenientes? Ernesto ¿Se había seguido quedando con Rommel, el pequeño zorrito que se les había colado? Jesus, ¿Estaba todavía con ellos, en la caverna, aconsejándoles sobre el mejor modo de defenderse de Satanás?

En vez de contestar los labios de Magda temblaban y sus manos apretaban sin motivo las de Manuel.

-Esperame un momento. Tengo que hablar con el doctor...


miércoles, noviembre 05, 2008

621. Aquella Voz

Pasó en espera un lapso de tiempo indefinido. No sentía los latidos del corazón ni tenía forma de tensar los músculos para obligarlo a latir fuerte. No sabía dónde fijar la atención para buscarlo. Un tiempo algodonoso, informe.. y sin embargo creía estar sabiendo algunas cosas como que... En primer lugar que estaba vivo y en segundo que estaba acostado. Por nada. Por ningún dato de los sentidos. Por ninguna sensación corporal o espacial, simplemente... porque creía estar acostado sobre una cama, en algún lugar real y en la cercanía de una mujer que poseía una voz, la que en algún momento había oído repetir la palabra que su mente pronunciaba, una voz... íntimamente conocida. ¿Qué sería esto? Cual ese lugar donde se encontraba horizontal e insensible bajo la protección... Sí, bajo el cuidado de esa voz!
¿Como y por qué habría llegado hasta allí...? No podía recordar nada. Recordaba sí, por supuesto, llamarse Manuel y una casa... una pequeña casa de paredes blanqueadas sobre la que la luz del sol dibujaba acuáticos reflejos al pasar entre las hojas del álamo. Del álamo... Ese álamo que volvía a ver como visto desde una cuadra de distancia... y después mirado desde abajo, sus ramas plateadas y ese constante vibrar de las hojas, como gotas de agua sobre un techo de cinc... Creía conocerlo, como se conoce al perro que todos los días nos mueve la cola. Quizá ese era su álamo y esa, la que recordaba apenas bajo la sombra, su casa...

-Manuel, ¿me oís...?

¡Otra vez la voz! Sí, es esa misma voz que... De antes...

En el sobrecogimiento acababa de sentir el calor de su propio cuerpo sin percatarse de ello, tal era la emoción. Pero enseguida sus imaginarios pies comenzaron a girar como la aguja de una brújula desconcertada hacia todos los derroteros posibles en el espacio. Recuperaba el espacio pero en desconcierto. Por momentos creía estar cabeza abajo, por momentos al revés... colgado, ¡qué extraño! desde los ojos, con un rayo de luz que le taladrara el cerebro. ¡Debía responder! No fuera que la voz callara o que se fuera!¿Pero cómo? Todavía lo poco que sentía le era externo. Datos que confusamente le llegaban, que confusamente trataba de interpretar... Esa cosa por ejemplo, que sentía ahora, calor tal vez, o rozamiento... ¿dolor? ¿sería eso lo que su mente decía conocer como dolor? Era en la parte frontal, eso redondo y extenso que... ¿O acaso simplemente la sensación del color rojo? Porque... No recordaba como era que se sentía el color rojo... los colores.... El había vivido en un lugar lleno de colores y de luz pero.... No podía recordarlos aunque, por alguna razón extraña ahora se le había ocurrido pensar que eso que estaba sintiendo podría ser precisamente el rojo. Un color rojo que por cierto le agradaba, mucho... y que... ¡No no era un color, era un calor, una tibieza bah, recontraagradable que le llenaba de felicidad! ¡Sí, ahora sabía que eso era la felicidad! Lo que estaba sintiendo con respecto a ese calor que allí adelante amorosamente se había acercado a su ser. ¡Eran labios! ¡Eso era un beso! ¡La voz de la mujer le estaba besando sobre sus propios labios!

sábado, noviembre 01, 2008

620. ¿Rommel?

Entrecruces de palabras se empeñaban a volver con el mismo sonsonete. Rommel, Rommel, "El Zorro del Desierto" que endiabladamente insistía en representarse como la imagen del Hombre Ilustrado que había visto alguna vez en algún lado, aunque bien supiera que no, que el famoso zorro del desierto era un militar alemán que comandaba los tanques tal vez en El Alamein o en otro lugar de esos llenos de arena y trapos cubriendo las cabezas. Lo sabía bien, porque todavía recordaba aquellos números extra de Hora Cero que venían con las grandes batallas de la segunda guerra y, recordaba también, aunque dificultosamente, aquella cabeza dibujada con una gorra y grandes anteojos enmarcados en embudos de metal. Las huellas de las cremalleras de los tanques sobre la arena. Largas hileras de guiones atravesados en paralelo. La constante observación del lejano horizonte de dunas con los largavistas y la sensación de que todo debería estar extremadamente seco y caliente. Los cuerpos y las ropas, pero especialmente las chapas metálicas de los Panzers, las armas y hasta los prismáticos...
¿Por qué entonces se le representaba El Hombre Ilustrado, con sus tatuajes movedizos y enigmáticos...?
Y, especialmente, por qué no acababa de poderse ubicar en ningún lugar conocido, se sentía atado, inmovilizado y en una penumbra gris que ni le permitía saber cuanto tiempo pudiera haber pasado desde que le resonaba en la cabeza el dichoso nombre del mariscal...?

-¿Rommel?

¡Esa voz! Él la conocía... Sí, era una voz conocida la que había sonado en alguna parte de la masa de gris sin dimensiones. Había alguien allí. Cerca, aunque no pudiera verlo... ni tocarlo. Porque nada podía tocar... No, no estaba pudiendo tocar nada, ni tocarse a si mismo, los dedos entre sí, ni sentirlos... Aunque una sola cosa, sí, una cosa sabía como cierta, que era él mismo, el de siempre que pudiera recordar haber sido. Extraña cosa que se pueda ser alguien, siempre, o... desde algún momento que fuese el primer momento de esa sensación de ser quien se es... Y desde ahí en delante siempre el mismo, al menos en apariencia... Pero ahora había alguien cerca y aunque no hubiese terminado de reconocer la voz... no había duda de que había sido una voz de mujer, una voz de mujer que el conocía... La voz y... la mujer. Que terrible confusión! No tenía ninguna duda de que aquella voz era de alguien que él conocía mucho. Mucho, de todos los días, en alguna época pasada... muy pasada tal vez... ¿cuanto tiempo atrás? ¿Cuanto...? Por lo menos de una época anterior al comienzo de la época en que había comenzado a tener esa sensación de estar detenido dentro de la masa gris de la penumbra, con esa palabras recurrente en su conciencia y la imagen del hombre ilustrado que al cambiar de postura reaviva el movimiento de las historias tatuadas en sus brazos.
Pero ahora había sonado esa voz cercana y eso sólo, en sí mismo, quebraba la monotonía de todo lo último que podía recordar. Tal vez en cualquier momento se podría repetir el fenómeno y tal vez si escuchara con mayor atención podría reconocer esta vez la voz y hasta desde qué dirección llegaba... aunque... era tan difícil entender ahora, qué sentido pudiera tener la palabra dirección!