jueves, julio 31, 2008

572. Fiesta, saqueo, palos y vía

A la madrugada comenzaron los problemas. No toda la gente sumada al festejo había llegado con esas intenciones. Muchos, especialmente aquellos que bajaron de la oscura hilera de camiones y bañaderas que habían estacionado sobre Rivadavia, después de mezclarse con la multitud y ser enseguida de los más divertidos y entusiastas... comenzaron a encontrarle gracia al destrozo indiscriminado de vidrieras y puertas de comercio. Más aun al vaciamiento con posterior incendio e incluso, al asalto de viviendas particulares. El centro de General Rodriguez ardió tanto en llamas como en gritos, mientras las mercaderías pasaban de mano en mano hasta los camiones y los camioneros de desgañitaban tratando de hacer entender que ya no disponían de lugar.
A las cuatro llegaron y subieron los últimos. A las cuatro y media, cuando se habían ido todos, llegó la primera columna de blindados, los helicópteros con su lluvia de gases, los perros, los caballos y los sables. Un polícromo muestrario de uniformes, cascos y armamento. Escudos y banderas de las distintas compañías y grupos financieros que manejaban cada uno de los cuerpos armados, que vinieron a restituir el orden y la paz empresarial, perseguidos de cerca por una tropa de cámaras de tv, reflectores y periodistas. ¡Un panorama dantesco!
Mientras los bomberos barrían gente con sus chorros hidráulicos, los perros mordían tobillos y pantalones, los infantes le daban duro a las cachiporras, los borrachos se asombraban y todos estaban siendo detenidos sistemáticamente y conducidos a la otra hilera de oscuros vehículos estacionados más al oeste, Manuel, Magda y algunos amigos de Jarumi, que en ningún momento habían dejado de temer un desenlace negativo, escapaban caminando por encima de los rieles.
No habían logrado hacerse oír. La masa se había impuesto, con su mente propia, su mente de masa, que no oye ni piensa, sino que sigue con el piloto automático justamente en dirección al precipicio.
Ahora nadie quería hablar. Ni Magdalena, ni Manuel, ni Jarumi, ni ninguno de los tres japonecitos argentinos: Toshiro, hermano mayor de Jarumi, Okido y Natasha.
Adelante, a lo lejos, se veían las luces de Merlo.

lunes, julio 28, 2008

571. PÓLVORA

A los que se le van sumando otros, que por aquí y por allá trepan primero a los respaldos de las camas, después meten los dedos grandes de los pies ente las hileras de ladrillos desnudos, después alcanzan con estirados brazos, alguna de tantas vigas de hierro que les sirven de sustentador para ágiles movimientos de vaivén, al modo de avezados trapecistas y ya están, parados sobre las ménsulas! Tres, cuatro, y otros más que ya llegan también a las banderolas para abrirlas y dejar que entre, a raudales, el aire y las sangrienta luz del atardecer. Tal vez por puro gusto, en la única aventura que se habría visto en mucho tiempo o, tal vez, no habría por qué descartarlo, por haber comprendido de algún modo, que el mensaje gestual de los primeros alpinistas de la barraca había querido significar libertad. El inicio de la segunda parte de esta historia, que hasta allí habría resultado seguramente poco divertida. Porque así como todos los humanos tenemos el gen de la pelotudez encima, también tenemos el de la lucha vital, que no admite repeticiones ni permanencia. El gen de la idiotez y también el de la inteligencia, así como otros tantos pares de virtudes o defectos, según como se lo mire, perfectamente previstos en nuestra herencia humana, en medidas y potencias semejantes, para que no tengamos más remedio que hacernos cargo de elegir nuestro camino y escribir el programa de nuestras vidas.

Provistos estamos de herramientas. La razón, por ejemplo, que junto con la intuición, nos podría develar los secretos más profundos de la existencia, si no fuera porque los datos nos llegan de tan endiablada manera confusos, que nos parece siempre tan probable la verdad de una teoría como la verdad de la contraria. Materia o espíritu. Onda o partícula. Órden o libertad...

Pero los muchachos allá arriba terminaban de abrir todas las banderolas y ahora se concentraban sobre la ménsula central. La luz del atardecer a sus espaldas les rodeaba con un aureola de película heroica, sin la música, pero con todo el ángulo exacto de la toma número uno, desde dónde se supone les miraba la multitud, todavía hundida en el sopor del opio. Levantaron todos los brazos. Primero los de allá arriba, y después, aunque con simiesca emulación, los de abajo. Muchos participaban ya del nuevo espíritu, pero otros, tal vez la mayoría, comenzaban a sospechar recién, que todo lo que habían estado presenciando en los últimos minutos, no constituían una serie de coincidencias producidas por puro azar. Pareciera que el conjunto, pudiera tener, tal vez, un sentido...
De todas maneras los brazos estaban en alto saludando a los jóvenes de las ménsulas, allá arriba, que ahora hacían nuevas señas, como queriendo decir algo.

La muchedumbre calló cuando en lo alto el grupo de jóvenes empezó a indicar, con concéntricos movimientos de brazos, que la persona del medio iba a hablar para todos.
La persona del medio era esa muchacha, un poco flaca y de piel mulata, llamada Magdalena, que saludaba como todos, sin dejar de sonreír nerviosa.

-Queremos decirles que recuerden que estamos presos. Que nos han anulado con los vapores de opio que salían por esos caños y que... Bueno, que los queremos invitar a la libertad

La multitud estalló en una sorpresiva manifestación de júbilo, como si hubiesen desde siempre esperado esas palabras para romper el maleficio y volver a la vida. Las caras, un rato antes dominadas por la ceniza de la indiferencia, se llenaban de pulsantes arterias que transportaban la energía liberada hacía la masa muscular del cuerpo, tras una sola consigna. Acción, acción, acción !!!

Espectacular hubiera sido tomar la vista desde afuera de las barracas, en la penumbra de las últimas luces del día, cuando las puertas metálicas volaran por los aire bajo la presión de aquella multitud que avanzaba sin tregua ni descanso. Claro que bien iluminada, con habilidad, para que la masa humana no llegara a parecer el avance de la marabunta desolando el planeta.

Los guardias suelen tener ese olfato. Se precipitaron a los lados con gestos de "siemprestuvimos a favor de ustedes", desde los más o menos amistosos que lucraban con las coimas a los más hijos de puta, los que habían gozado todo el tiempo mostrándose superiores. Todos estuvieron prontamente aplaudiendo las tropas de la nueva causa, que acababan de descubrir y adoptar porque, siempre habían sido, cada uno, desde chiquitos, muy convencidamente convencidos de la razón que tienen las masas humanas cuando son grandes masas y nosotros con armas insuficientes.

Sed concentraron en aquel gran patio central que se unía con caminos emergentes, con todos los otros barracones y el edificio de guardias, allá, donde sobre esa extendida terraza del primer piso se veía la hilera completa de efectivos armados haciendo el saludo de presentación de armas al jefe supremo y sin discusión. Juan Pueblo. La multitud rugió. Comenzaba poco a poco a vislumbrar el imponente poder que poseía. Rugió otra vez, escuchándose rugir, y volviendo a hacerlo, ahora girando las fauces del gran león que descubría ser, en todo el derredor. El temor comenzó a avanzar por el territorio bonaerense, despertando de sus camas a los traidores de la gente, que, atacados de sofocación repentina y de premoniciones amargas, salían o miraban hacia afuera de sus guaridas, creyendo ver que el cielo estaba cambiando de color.

La parada en el patio central, solo significaba esperar a que la gente de los otros barracones llegaran, arrastrando los pies y ni siquiera convencidos, protestando a soto voce, empujándose unos a otros sin saber muy claro hacia dónde, pero en fin, gregarios. LLegaron y se fueron sumando y entremezclando con los otros de la misma forma que, seguramente, aunque con mayor velocidad, se han de mezclar los componentes químicos de la polvora, cuando es detonada, es decir cuando explota.
La onda expansiva se dirigió, como mancha de nafta incendiada, hacia el centro y la estación de General Rodriguez, a campo traviesa, por escasos tres quilómetros. Allí llegando, eran casi un ectoplasma gigantesco que no cesaba de crecer. Detuvieron los trenes. Encendieron todas las luces y todo General Rodriguez supo que en las calles iban a bailar hasta que las velas no ardieran.
¿Qué propósitos les animaban? El propósito eran ellos mismos, no algo que se pueda describir, o pensar. No estaban recuperando un derecho, se habían dado cuenta de que ellos eran el derecho

sábado, julio 26, 2008

570. Los Barracones

Como todos los días varias confluencias de techos chinos se fueron sumando a medida que brotaban de entre los marchitos tallos de las deshojadas amapolas. Como guerrilleros de las películas de Viet Nam, aunque no saliendo de un arrozal, por esta vez, sino del anterior mar rojo de seda en labios que besan. Las bellas amapolas, ensoñación simbólica de la fugacidad de la belleza, cuando sobre sus elásticos tallos lucían bajo la bóveda celeste la canción de tantas bocas, modulando apenas una misma y mismísima nota musical llevada por el viento. El contraste doble de la existencia de lo que no existe y la hilera de rígidos sombreros oscuros montados sobre frágiles criaturas que no reclaman ni por su propia existencia, mientras enfilan pié tras paso por los senderos de antes de llegar a los barracones. Para un cuadro de Van Gog de cuando aquellos que comían papas con humo, o un dibujo de Brescia, fotografiado en blanco y negro, con sombras totales y golpes de rayas blancas.

De los primeros fueron los sombreros de Magda y después Manuel, que caminaban inclinados hacia la tierra, ocultando a la vista los rápidos cambios que mostraban sus rostros, a medida que en silencio ellos pasaban visa, con recuperada memoria, del tiempo perdido y con recuperado entusiasmo, de las interesantes posibilidades revolucionarias que se podrían presentar en un mundo así, tan infantilmente egoísta. Porque -pensaban- la gente acostumbrada a un modo de vivir sin haberlo conquistado termina por querer cambiarlo con tal de tener un pretexto para luchar. Por suerte, que si no estaríamos todos metidos en las cavernas.Pero y entonces, un mundo tan estúpidamente ridículo, como el que habitaban, no podría más que querer cambiar en el sentido de mayor humanidad, por decirlo de algún modo...

También con la mirada dirigida hacia abajo vieron, cada uno por su parte, el par de míseros piés sucios y lastimados que les venían sosteniendo sobre las suelas destartaladas de las ojotas, entre pedruzcos y trozos de tallos secos, y con espinas clavadas en todos los dedos. Mucho más que cuando chicos correteaban por los baldíos o por la calle de balastro, sin pensar que pudiera ser extraño caminar con los pies desnudos, más bien lo más natural, y tan cómodo al menos como resultan, después de acostumbrarse uno, los magníficos zapatos de horma. Eso era todo. Aquellos míseros pies eran parte integrante de ellos mismos, que no estaban tampoco muy elegantes y que sin embargo, en algunos rincones de las entretelas, albergaban un pequeña pícara alegría de saberse ricos en simplicidad. No cargaban por lo menos, sobre sus espaldas, las toneladas de prejuicios y falsos conocimientos. Aunque tampoco cargaran a cambio ninguna verdad. Cosa que debería darles algún tipo de ventaja, mayor movilidad, mejor razonamiento...

Vieron los y las guardias que vigilaban el ingreso de las columnas humanas a las puertas de los barracones, por primera vez. Aquellos rostros lejanos, que de pronto se venían encima con esa sonrisa de estúpidos bien alimentados, no los habían soñado, en noches de fiebre o tormenta, sino en la realidad, que suele ser bastante más cruel.

Puertas que corren suspendidas entre dos rieles y se cierran silenciosamente, capturando la atmósfera interior para que no pierda su esencia ensoñadora. Esa que pronto les iba a derrotar la conciencia si no se ponían a actuar más rápido que los gases!!

Corrieron y saltaron sobre las camas, a recogerles las sábanas para ponerse a tapar las bocas de los ductos, que ya comenzaban a exhalar cantos de sirena. Gritaron llamando la atención de aquellos que les rodeaban, que fueron muchos, al principio sin comprender porque esos muchachos hacían cosas tan extrañas, aunque divertidas, trepados sobre las columnas y las ménsulas de los galpones. Después algunos poco a poco sonreían, se rascaban la cabeza y dudaban de la loca idea que se les acababa de ocurrir, cuando vieron a los muchachos entubando trapos por dentro de aquellas cornetas que bajaban de lo alto, como tapándole la boca al que gobierne ese extraño lugar en que estaban, al que a veces les parecía no haber querido venir. Y más sonrieron cuando les vieron correr sobre las ménsulas que llegaban a la hilera de banderolas altas, que cerradas todo el año no dejaban cambiar los aires, y que, de haberlas conocido hubieran deseado todos abrir
.
De pronto surgió de entre la gente, un par de muchachos peludos que, al mismo tiempo iban trepando columnas distintas. Se pararon arriba sobre la ménsula del medio y están haciendo ademanes de que quieren que otros los sigan. ¿Por qué no...?

jueves, julio 24, 2008

569. Hermosa Melodía

,Enderezó la cabeza y escupió. Igual no veía nada, tenía tierra hasta dentro de los ojos, dentro del cerebro, y de los bolsillos. Razonó que no debía restregarse, pero, qué hacer, en medio del plantío, sin saber donde podría encontrar agua, eso que necesitaba con suma urgencia, ahora lo comprendía, al salir del sopor que le había anestesiado y verse todavía con las ropas del finado abuelo Abelardo, pero muy sucias...
De pronto comprendió que la canción que sentía cantar a no mucha distancia, dulce y melodiosa, alternaba estrofas en japonés y en español. Parecía la voz de Jarumi.

-Ikebana kamasutra.
Nagasaky Samuray.
Nos reunimos esta noche
en el baño de mujeres,
Fujimori Sayonara
Nagasaky Samuray.
Del segundo pabellón
Hiroshima Fukuyama.
ya la guardia está comprada.
Contraseña yamimoto.
Harakiri Samuray...
etc. etc. ...

Se sentó en el suelo sosteniendo la cabeza entre las manos. No lograba abrir los párpados sin que la arena le masticara el brillo de los ojos. Era necesario darle tiempo a las lágrimas para que hicieran su trabajo.
Del lado opuesto apareció la voz de Magda entonando la misma melodía, pero ahora con palabras indígenas:

-Chapicuy Timbó Cuareim.
Tacuarí Caraguatá
Taparemos los vapores.
Queguay Ñandú Iporá.
Hablaremos con la gente.
Yatay Sempé Uruguay
...

Las lágrimas de Manuel caían mezcladas con la risa. Por encima del plantío y de los sombreros sobrevolaban varios teru teros, con su alarma sempiterna, indignados por la invasión del hombre blanco.

-¡¡ Tero !! ¡¡Tero !!

De un agujero en la tierra asomó la cabeza un Tucu Tucu y bostezó. Tenía la mirada perdida en el infinito. Fue lo primero que pudo ver Manuel antes de que sonara la alarma, esa, que indicaba el fin de la jornada. Era necesario ponerse en movimiento.

sábado, julio 19, 2008

568. Sombreros Alcahuetes

Entonces Manuel entendió por qué los sombreros chinos tenían esas abrazaderas que rodeaban todo el cráneo y que solamente para dormir era posible destrabar con la ayuda de ese aparato en el cual les hacían meter, parecido a una ducha de campaña, y al otro día volver a pasar por allí, antes de salir al plantío. Hasta ahora le había parecido un procedimiento gracioso, típico de gente que hace todo según el último grito de la tecnología ahorradora de mano de obra local. No se había puesto a pensar por cual método era que los tipos individualizaban a sus prisioneros, ni mucho menos como podrían hacer en caso de rebelión, para controlar y prevenir los movimientos sorpresivos de algún grupo que pretendiera saltarse las alambradas de púas, lejos de la vista de los guardias que apostaban desde lejanas atalayas. Simplemente no se había imaginado lo que ahora sí se imaginaba a partir de las palabras de Jarumi. Los sombreros no sólo servían para visualizar la posición de cada prisionero sino además, para individualizarlos. Porque, no de balde la única manera que había de activar la máquina de poner y sacar sombreros era metiendo los dos pulgares en sendos agujeritos que estaban adecuadamente ubicados a ambos lados del cubículo. ¡Era un sistema de identificación por las huellas dactilares! Pero puesto ahora a pensar en todo el sistema, le pareció que lo de las atalayas que decía Jarumi, controlando las posiciones, no terminaba de convencerlo; las atalayas estaban demasiado distanciadas unas de otras y sería tarea harto difícil para los guardias llevar el control de tantos sombreros móviles en aquel mar de plantas sacudidas por el viento. Se le ocurrió entonces, que los sombreros deberían guardar de alguna manera, la información que recibían de las huellas dactilares y al mismo tiempo ser capaces de transmitirla a quien se la solicitara. ¡Los sombreros deberían ser antenas, que aparte de localizar al pobre desgraciado que lo llevara puesto, alcahueteara su identidad! ¿Como? Pues mediante algún satélite que seguramente debería estar encima de ellos todo el tiempo, retransmitiendo el mapa completo de la plantación, con los puntitos correspondientes a todos y cada uno de los reclusos.
La excitación que le produjeron estos pensamientos había barrido por completo con la modorra que hasta entonces le dominara. Quiso transmitírselos a Magda y a Jarumi, que todavía andaba allí a tres pasos de distancia explicando cual era su posición en el dormitorio 2H, cuando un violento zumbido comenzó a hacerle vibrar el encéfalo desde adentro, al tiempo que desde ambas lados del sombrero una voz impersonal, pero inequivocamente autoritaria, le ordenaba: Recluso Aquelarre, Manuel, apartese a no menos de veinte metros de cualquier otro recluso. A pesar de que estaba perdiendo el sentido de orientación por causa del zumbido, logró levantar la mirada hacia las dos muchachas y ver cómo se revolcaban por el suelo tratando desesperadamente de quitarse las parabólicas de la cabeza. Quiso entonces correr para auxiliarlas, pero, cuando ya llegaba a ellas, la señal perturbadora incrementó su intensidad de tal manera que por poco pierde completamente el sentido. Cayó al suelo. Mordió el polvo y ennublecida su conciencia por tanta desarmonía e intoxicación simultáneas, creyó por un momento encontrarse todavía dentro de aquel rollo de alfombras venecianas que le había servido de estuche en su primer viaje a Gualeguaychú. Cuando la vibración volvió al primer nivel, reapareció la voz sintética, que ahora con la misma falta de humanidad le advertía, que lo padecido no era más que una pequeña muestra de lo que le esperaba si insistía en quebrantar las reglas

martes, julio 15, 2008

567. Gusto a Sangre

Magda confesó no saberlo y que justamente eso le preocupaba. No puedo recordar sin que se me entreveren recuerdos que no tienen nada que ver y hasta... cosas que nunca ocurrieron!

-Pero... ¿te sentís mal por algo?

Se exasperó.

-No me siento mal. Tampoco me siento bien. ¡Es que no me siento de ninguna forma, Manuel! Nos tienen dopados.
-¿Dopados...? ¿Como nos van a tener dopados...?
-¿No te parece posible? Bueno, mirá lo que voy a hacer.

Levantó la mano derecha y se metió la carnosidad que hay entre el pulgar y el índice dentro de la boca. Empezó a morder cada vez con más fuerza. Con mucha fuerza, hasta que los dientes se vieron rodeados de sangre. Manuel le obligó a soltar.

-¿Qué hacés? Te has vuelto loca flaquita? Mirá te lastimaste, vení... vamos a...

Magda se soltó y se puso en su camino.

-Pero es que no me entendés. Me mordí hasta cortar la carne sin sentir ningún dolor...¡Nos tienen dopados!
-... tal vez estés enferma...
-No, Manuel. probá de morderte y vas a ver.

Manuel probó. Cuando sintió el gusto metálico dentro de la boca soltó y atónito quedó mirándose la mano lastimada.

-¡Las amapolas! Esa leche que largan...
-Sí, pero eso no es todo. Decime a ver, ¿cuantos días hace que estamos presos aquí?

Era imposible. A Manuel le parecía que tal vez no fuese tan importante, que tal vez era mejor así, dejar pasar el tiempo, total, veinte años no son nada, mientras estuvieran juntos... de esta nueva forma que... aunque ciertamente se sentía tan excitado cuando le acariciaba el rostro o como ahora le tomaba la mano... ¿Por qué sería que después se iban a dormir cada uno a su colchón...? Tan cansados no podrían estar... Sí, Magda tenía razón, algo raro les estaba pasando...

-A vos te parece que en la comida... o en el agua...?
-No lo se. Me acuerdo que de las amapolas se extrae el opio, del opio la morfina y, de la morfina, la heroína.

Sintieron una voz susurrante a sus espaldas.

-Sigan, sigan, conversen caminando a lo largo de las líneas. Nos controlan por los sombreros desde las atalayas.

Era una interna diminuta que parecía trabajar a pocos metros de distancia bajo su inclinado sombrero chino.

-Me llamo Jarumi. Ustedes están en lo cierto. El problema no es sólo el látex que largan las adormideras. Pertenezco a un grupo que hemos conseguido guantes de goma para trabajar. Mi familia es de esta zona, me los hacen pasar pagando coimas a los funcionarios. ¡Sigan, por favor, sigan arrancando capullos, caminen...

Ellos aceptaron el consejo comenzando a avanzar en líneas paralelas, pausadamente, hamacando el cuerpo y los sombreros igual que un rato antes, mientras observaban de reojo a la muchachita de rasgos orientales que le venía conversando.

-Estas no son plantas comunes. Son transgénicas. El látex de estas plantas contiene un porcentaje de morfina muy alto. Mis padres son floricultores y conocen de esto. Pero estamos insensibilizados y atontados por el opio que respiramos en los dormitorios.
-¿Los sahumerios...?
-No son sahumerios. Son vapores que entran por unos respiraderos que están en las paredes. Se producen en unos zótanos donde hacen hervir un pegote de este látex. Tenemos que organizarnos...

lunes, julio 14, 2008

566. Las Rojas Amapolas

Los sacaron de la sala de juicio, los introdujeron en un furgón blindado de transporte de caudales, los llevaron sin que nada vieran y los bajaron en las grandes plantaciones de amapolas que explotaba la compañía, sin mayores ni más completas explicaciones que decirles que iban a trabajar diez horas por día en los cultivos. Se estaba en plena zafra y la tarea del momento era retirar los capullos maduros de las plantas, colocarlos en una bolsa que cada cual llevaría de arrastro, la que depositarían al término de cada surco, tomando una vacía antes de iniciar otro. Los internos se contaban por cientos y además de las bolsas se les proveía de un sombrero chino para protegerse del sol y de un par de ojotas para dejar a salvo los calzados.
Comerían bien. La dieta estaba basada en las inagotables propiedades nutritivas de la soja transgénica -producida en otras tierras de la misma compañía-; acompañada de arroz en algunos casos o de fideos en otros. Poca sal, por sus nefastos efectos sobre el sistema circulatorio y digestivo. Nada de carnes rojas, ni blancas, ni sustancias grasas, ni pan o sus derivados, farinaceos, productores de desagradables flatulencias, edulcorantes artificiales ni naturales, ni por supuesto toda esa gama de saborizantes de tan dudoso efecto sobre la salud. Por último lo común era medio cucharón de soja hervida junto con uno, casi lleno, de arroz preparado de la misma forma.
Desde el primer día llegaban al fin de la jornada muy cansados. En los dormitorios colectivos, después de la cena, era tal el deseo de acostarse, y una vez acostados el de dormir que, aunque al principio se habían propuesto otra cosa, llegados a aquel silencio penumbroso, aromatizado con exquisitos sahumerios, nada más hacían que tirarse sobre los colchones y sumergirse en el más profundo de los sueños.
Eso al menos los primeros días. Al cabo de ellos fue Magda la primera en darse cuenta de que ya habían pasado varios sin que pudieran intercambiar palabra ni ninguna otra cosa. En su caso, había estado ocupando la ociosa mente en ordenar los recuerdos de tantas peripecias vividas, muchas veces sin lograrlo, especialmente durante ese rato que después de la cena se tiraban sobre los colchones, y los recuerdos formaban nebulosas marchas de imágenes que poco a poco se iban interpenetrando y transformando unas en otras, con agregados siempre nuevos, llenos de creatividad y mansedumbre. Qué placer. Esos recuerdos antiguos donde ahora se venían a intercalar, detalles nunca antes observados, personajes desconocidos que ahora se venían a recordar como pertenecientes a aquellos sucesos. Parlamentos a cargo de objetos y animales, o toda clase de fenómenos sobrenaturales en los que la atención nunca se había detenido.
Pero una tarde cualquiera de aquellas Magda, mientras se quitaba ese tenaz pegote de látex que se le volvía a formar entre los dedos a medida que hacía su trabajo, perdida en aquel mar de amapolas ya casi desprovistas de pétalos, se detuvo como un colibrí frente a su dulce flor, frente a su conciencia anterior del hecho, frente a lo que ya varias veces había pensado sin detenerse más que un breve instante. Los días pasaban y ellos... Y todas aquellas personas que se podían ver, adivinar más bien, debajo de cientos de sombreros chinos, como que aquello fuese una aldea vietnamita asomándose de entre la selvática vegetación... Todos. Ellos y nosotros. Los que estaban de antes, Los que iban llegando día tras día en incesante acarreo, y que una vez llegados se mezclaban miméticos en la extendida proliferación de pagodas humanas que ondulaba entre las amapolas...Todos. ¿Cómo podría ser posible, que de entre tantos ni uno hubiese propuesto o intentado algo para recuperar la libertad?
Fue entonces que tiró a un lado la bolsa y corrió en busca de Manuel entre las plantas. Lo encontró debajo de uno de tantos sombreros, sonriente y sereno, canturreaba una melodía que sin querer, tal vez, alargaba mucho más allá de sus límites, aunque siempre dentro de su estilo; la miró llegar, con un beso tibio, con una caricia suave sobre la mejilla izquierda, retirándole el mechón de cabellos que se le anteponía a los ojos, queriéndola de un nuevo modo -lo sintió así Magda- mientras la miraba a los ojos desde el fondo de aquel océano que navegaba...

-Manuel, nos están drogando!

El siguió sonriendo con dulzura. Estaba muy flaco, sus manos parecían un manojo de tendones, la piel un pergamino, la cara estrecha, chupada, el estómago, lo mismo.

-¿Cuanto tiempo ha pasado...?

565. CRIMEN Y CASTIGO

Al otro día fueron pasados a juez. Rutinaria práctica que siempre se demora más de lo razonable desde el punto de vista de lo que es justo, pero que en este caso, tal vez por tratarse de justicia privatizada, ni siquiera necesitó el traslado de los reos. El juzgado tenía asentamiento en el propio edificio de la comisaría -la misma empresa había ganado las dos licitaciones. No sólo eso, cuando entraron, debidamente custodiados al sector judicial -un alto estrado de antiguas maderas, dos barras laterales previstas para posible público y un sector central para los reos que esperaban ser juzgados- los muchachos vieron, mientras eran conducidos ante la pequeña barandita frente al estrado, no sin bastante asombro, que quien se colocaba la toga y el manto de luto, no era otro que el conocido oficial Luis Alberto Caridi , quien daba evidentes muestras de estar recién bañado y planchado.

-¡Protesto!- gritó Magda, sin poderse contener- No pordemos ser juzgados por el mismo policía que nos detuvo. Exigimos un juez independiente.

Sus palabras resonaron en el ámbito vacío que les rodeaba, con un eco ominoso: "ente"..."ente"... Caridi tomó en su diestra el martillito de rematador y antes de golpèar sobre el cascanueces afirmó rotundo:

-Protesta denegada. Tiene la palabra la parte acusadora.

La parte acusadora era personalizada, por supuesto, por la señora de la peluca, quién lucía un completo equipo deportivo, zapatillas del gallo, jogging del boomerang, vincha de polipropileno expandido y raqueta nosecuanto; una nueva peluca de cabellos cortos coloreados en mechitas y la boca llena de chicles que se inflaban hacia afuera como laringes de sapos cantores.

-Su señoría, -dijo- globo- dijo- estos despreciables sujetos, hacen gala de un especial cinismo que nuestro sistema de justicia debería reprimir de la manera más contundente. -globo-plop-plis-plas-globo.... No contentos con sabotear el modelo felizmente instaurado en la nación por nuestro máximo conductor, ahora pretenden determinar por su sóla voluntad aquellas cosas que las mismas leyes inmutables del mercado han dispuesto como las lógicas y más convenientes -globo-plop- Pido para ellos la reclución perpetua con trabajos forzados, como determina nuestro nuevo código penal que, sabiamente, prohibe el ocio de los condenados para que no perseveren en sus patológicos caminos mentales y contribuyan al mismo tiempo, aunque sea en mínima mediada, con el incremento de los bienes y servicios que se comercializan.-gran globo final que ser le revienta en la cara pegoteándole las larguísimas pestañas.

Caridí terminó de escuchar aquellas sabias palabras sin haber bajado sus cejas un instante. Parecía emocionado. Tanto que apenas hizo una pequeña pausa para aspirar una línea blanca que su ujier le había dispuesto sobre el púlpito, antes de levantar el martillito y suspenderlo en la altura, en lo que era de suponer sería el preámbulo al comienzo de la defenza de los reos, en este caso por boca de los propios interesados... Pero no. Lo que anunció justo antes de volver a bajar el martillo, fue que frente a las contundentes razones recién escuchadas, daba por terminado el juicio, con la condena de los acusados a veinte años de reclusión con trabajos forzosos en el establecimiento agricola de la compañía, sito en la localidad de General Rodriguez, donde los antisocciales iban a privilegiarse con una nueva oportunidad de llegar a ser sujetos útiles a la socciedad. Bajó el instrumento y tiró la toga a la mierda.
La señora de la peluca corrió saltando la valla y se abrazó con su socio en medio de la algazara general. Solo el escriba del estrado intermedio quedó taciturnamente silencioso, con la mirada fija en los muchachos, aunque tal vez trasendiéndoles, hacia un más allá de lecturas antiguas que acababa de descubrir obsoletas.

miércoles, julio 09, 2008

564. Desenlace

De las palabras pasaron a los hechos. Primero la rubia tiró la peluca y cruzó los brazos arriba para tironearse el pulover magenta que llevaba sobre aquel par de senos erectos que pronto aparecieron apenas cubiertos por una blusa de seda. El cana comenzó por desprenderse el cinturón, dejar caer los pantalones del uniforme y aparecer enseguida un miembro viril con proporciones de cachiporra. La pelada gritó un alarido de fana histérica y pateando lejos sus jeans, saltó para prenderse como una gata al cuerpo todavía medio vestido del tipo. "No me quiero perder esta oferta, socio." repetía entre jadeos, cuando todavía no consumaban ninguna penetración sino apenas el refriegue entre el puvis de ella y la brutalidad de él que ella ansiaba tragar.

Una voz surgió desde lo alto:

-Oficial Caridi, por favor compórtese. Estas imágenes estan siendo emitidas online a nuetras oficinas de calificación de personal.

Caridi empujó de un golpe la mitad de su miembro dentro de la pelada. La pelada se quedó con la boca abierta sin poder emitir el grito, y Caridi, ya todo sudoroso, levantó la cara al techo.

-¡Qué mierda me importa! ¡Me han metido preso otra vez por esa puta tarjeta!

-El error ya ha sido subsanado. Nuestra computadora le ha logrado reconocer a través de las imágenes. Hemos dado la orden de rescatarlo.

Ella no estuvo de acuerdo. Por señas expuso su punto de vista. Podían dejar todo para más tarde. Caridi bajó la cara y empujó la otra mitad.

Manuel logró ver dos ventanitas abiertas en el cieloraso por donde asomaban sendas cámaras. Se colocó debajo de una mirándola.

-¿Y nosotros? No hemos hecho nada. Todavía no sabemos de qué se nos acusa...

Las ventanitas se cerraron al unísono y poco después se habría una puerta corrediza, tipo ascensor, sobre la pared del fondo, por donde aparecieron dos sujetos grises, casi enclenques, uno con una planilla sobre una madera, lentes sobre la nariz y una birome bic en una pequeña mano. El otro sostenía en la diestra su arma reglamentaria, pero sus ojos habían buscado y encontrado ya la escena porno. Desde la puerta el de la planilla habló.

-Oficial Luis Alberto Caridi, debe acompañarnos para reportarse en oficina de personal...

Manuel insistió.

-No hemos cometido ningún delito.. Íbamos en el tren para Merlo cuando...

Desde el fondo la pelada no paraba.

-¡Más! ¡Más!
-Oficial luis Alberto Caridi...
-No nos pueden tener detenidos sin que haya ninguna acusación.
-Dale, dale, partime en dos!
-...debe acompañarnos...
-Asi, así!
-Oficial Caridi! Venimos directamente desde la gerencia de personal. Si se presenta en tiermpo y forma le serán anuladas las sanciones económicas por falta de mantenimiento del documento electrónico y...
-Ahora sí, dale a lo bestia no más.

Los mofletes de Caridi comenzaron a resoplar vibraciones como de ballena en parto múltiple. Gritaba goles que se estaban por hacer. Descuartizaba los miembros de la pelada hacia los cuatro vientos. Se tiraba pedos de caballo mancarrón y sin pausa movía adelante y atrás aquel su blanco y redondo culo al que venía llegando el torrente de transpiración que fluía por debajo de la chaqueta del uniforme que nunca se había quitado. Por fin, tras tres gritos agónicos, cayo de bruses sobre los despojos femeninos que ya de antes parecían inhertes.

Los sujetos de la puerta comprendieron que debían hacer una pausa. Fue entonces que por primera vez registraron la presencia de Manuel y sus reclamos.

-¿Qué me decía...?

lunes, julio 07, 2008

563. SOCIOS

Pero la señora de la peluca, que tampoco estaba dispuesta a pasar desapercibida, retomó su discurso levantándose del piso, donde habían hecho rueda alrededor del documento electrónico del cana, y poniéndose a caminar de un rincón a otro de aquel ámbito cúbico, mientras exponía los pasos futuros de su actividad comercial. Porque lo anteriormente enumerado, explicó desde su rostro ahora estirado en tetánica sonrisa, no iba a ser más que la tarea previa para conformar una amplia clientela de buen nivel, a la que posteriormente pensaba vender una serie de servicios exclusivos de esos que hasta ahora habían estado monopolizados por lo que se había llamado hampa. Lanzó una estruendosa carcajada durante la que volvió a perder la cabellera. Se agachó a levantarla y continuó:

-Estos sí que son buenos tiempos gracias a la genialidad de nuestro presidente. Ja ja Unicamente a Menem se le pudo haber ocurrido transformar el delito en una serie de buenos negocios al alcance de cualquier ciudadano emprendedor.

El cana no estuvo muy de acuerdo con esa línea de pensamiento. Se levantó también y rígidamente parado argumento en la necesidad de mantener el principio de autoridad consistente en que los negocios deben ser explotados por gente calificada que además aporte a las arcas del estado, o de los gobernantes, un porcentaje considerable de las ganancias.

-Si se permite que cualquiera robe esto sería un caos...

A la rubia tal argumentación le aumentó la hilaridad.

-No chavón. Estás completamente equivocado. No te has dado cuenta de que estamos en una democracia. Todos somos iguales. Todos somos socios. ¿No leíste acaso el nuevo código penal? El primer código del mundo que tiene veinte paginas escasas. Lo único que se considerará delito de aquí en adelante es el sabotaje a las leyes del mercado. Todo lo que genera ganancias, no sólo está permitido sino que será fomentado desde el gobierno, es decir el ejecutivo... Porque por suerte los otros poderes han sido privatizados... Te estás quedando en el 45.
-Pero...
-A ustedes les quedan muchas cosas redituables, de todas maneras.
-Pero si todos roban... ¿Donde quedan nuestras ganancias?

La rubia, sin abandonar la cripación que le hacía sonreir la boca y mostrar una mandíbula muy poblada de dientes, se puso sin embargo seria. No podía soportar, y se lo dijo al oficial, que, justamente un representante de la ley estuviese utilizando un lenguaje tan obsoleto.

-No existe más eso que llamás robo! Robo era la manera antígua que tenían los ignorantes para llamar a los negocios.
-De todas maneras, me parece que sería una competencia desleal. Yo he invertido todo lo que tenía para conseguir este puesto.
-Y te parece poco las ganancias que podrías hacer... Tal vez te falten ideas... Podríamos ser socios...
-¿Socios...?
-Si chavón! Mirá... ¿Y si nos chupamos esas dos rayitas que sobraron y...?

domingo, julio 06, 2008

562. ¡ Arréstelos !

... acompañado de la señora de la peluca quien, todavía con el xyz en la diestra, lograba erigir su indice acusador inequívocamente hacia sus cabezas.

-Son ellos. Subversivos antisociales que pretenden socavar las bases de nuestro mercado!

El oficial exigió la presentación del documento electrónico. "No tenemos", replicó directamente Manuel.

-¿Cómo que no tienen? ¿No sabe que es absolutamente imprescindible para circular por la vía pública o para desempeñar cualquier tipo de actividad, inclusive la respiración, sobre territorio nacional?
-No somos de aquí, somos uruguayos.
-Entonces debe presentar tarjeta de ingreso de la dirección de migraciones y aduanas que también está bajo el control de nuestra compañía, es decir repartición.
-Nada de eso.
-¿Ilegales? ¿Ingresados ilegalmente? Me van a tener que acompañar.

Salieron los cuatro a paso redoblado por un túnel húmedo y agobiante que pasaba por debajo de las vías e iba directamente hasta un patrullero estacionado sobre la Avenida Rivadavia. Ya entrados en el vehículo la señora de la peluca empezó a entrar en confianza con el oficial a través del tema de la oferta del XYZ que estaba dispuesta a vender por algunos pesos menos, a cambio de que le consiguiera una rebaja en la cuota mensual del documento único electrónico y el agregado catorce para el mismo, un chip muy novedoso que autorizaba a vender mercadería dentro de las oficinas públicas, calabozos y baños incluidos. El trato pareció cerrarse cuando ya la sirena del movil resonaba por las calles, porque los muchachos entonces pudieron ver cómo el oficial terminaba con el telefonito en la mano y sacaba desde dentro de su chaqueta un extraño aparatejo donde introdujo el documento que la mujer le entregara, disimuladamente, como si todo formara parte los adminísculos y manuales del aparato. Sonriéan con sonrisa inteligente cuando el patrullero entraba en el talud de la comisaría. Mostraban adusta expresión ciudadana cuando bajaban en una especie de rampa peatonal, se habría automáticamente una puerta y la red de parlantes cantaba "entran cuatro" con una voz extañamente parecida a la de Palito Ortega en la juventud.
Parecía una caja de banco pero era alguna otra cosa porque detrás del mostrador se sentaba otro cana en cuyo gorro se veía un logo distinto al gallito clásico y ni señas de algún escudo argentino.
El oficial introdujo él mismo una tarjeta electrónica en la ranura de sobre la tabla, encima de la cabeza y a las espaldas del otro giraron una serie de luces multicolores un par de vueltas y se detuvieron con un sonido de flato desafinado. El oficial mostró una resignada expresión y murmuró mal sobre su mala suerte.

-Siga participando- dijo automáticmente el de la ventanilla.

Pero cambió abruptamente su sonrisa por una anticuada cara de culo cuando volvieron a restallar en tonos de rojo intermitente acompañadas de algo como sirenas.

-Reconocimiento denegado-Reconocimiento denegado-Reconocimiento denegado-Re...

Del techo se precipitaron al suelo varios paneles de cristal antibalas que rodearon al grupo de los cuatro reteniéndoles en estrecha e indeseada intimidad. Por dentro del cubículo resonó la misma voz ortegueana de antes pero más autoritaria.:
-Dispone de treinta segundos para pasar la verdadera tarjeta de identificación. La que ha pasado parece ser una de River Plate.
El oficial bufó:

-¡Otra vez la misma mierda! - y trató de hacerse oír a través de los blindados- Soy yo, Caridi, no te acordás de mí?

El otro se encogió de hombros y abrió las palmas a los lados como diciendo que nada podía hacer contra los criterios de la computadora. Enseguida el piso cedió terreno a un largo tubo neumático que los tragó como a sardinas enlatadas y les condujo hasta la panza del sistema, es decir, un especie de celda bastante limpia, aunque con fuerte tufo metálico en su aire.
Allí el oficial se descompensó del todo prorrumpiendo en gruesas puteadas y lamentos varios entre los que llegó a pintar un tiempo anterior en su vida, cuando trabajaba de fletero con su chatita en Isidro Casanova y ni se le había pasado por la cabeza esto de meterse de cana. Hablaba con lágrimas en los ojos esperando tal vez compasión de parte de sus detenidos, o comprensión, al menos de la sucesión de circunstancias anómalas que le habían llevado a vender su herramienta de trabajo y conseguir un crédito con hipoteca sobre la casita de su vieja para llegar a los veinte mil que valía entonces el cargo que ahora ocupaba.

-Sí, por supuesto que compré mi cargo. No hay otra manera...

Y mientras seguía contando entre lágrimas que caían extrajo de entre sus ropas un pequeño sobrecito lleno de polvo blanco que distraídamente regó en forma de cuatro líneas sobre el fallido documento electrónico. Formó un tubito con parte del folleto del XYZ y aspiró con una narina toda la raya antes de ceder el tubo a la señora de la peluca que en silencio imitó su conducta. Manuel y Magda conocían el ritual de verlo por la tele y apenas agradecieron la gentileza del ofrecimiento sin aceptarlo, antes de ver que poco a poco el hombre iba dejando de lagrimear y la señora volvía al tema de las ventas confesando sus planes futuros para cuando introdujera la nueva línea de I-pod, los estimulantes sintéticos de última generación y una serie de novedades que se prestaban perfectamente para ser vendidas en oficinas de alto nivel.
El oficial, ya completamente recuperado, no quiso pasar por menos y arremetió con las ventajas que su nuevo trabajo en realidad tenía sobre el anterior.

-Ahora con dos o tres procedimientos diarios que haga me llevo entre el diez y el cuarenta por ciento de lo que se recaude por fianzas, multas o producciones.
-¿producciones...?
-Producciones... ¿No saben lo que son producciones? Son... bueno, lo que antes se llamaba cohecho, apremios ilegales... todas esas cosas. Ja con lo que saco en una semana me puedo comprar una chatita mucho mejor que la que vendí!

viernes, julio 04, 2008

561. XYZ

Para que se apartara y dejase pasar a la gente que durante la conversación se había empezado a acumular otra vez por el anden y que ahora parecía querer avanzar hasta el borde a la espera de que apareciese otro tren, seguramente. Eran cada vez más y cada vez empujaban con mayor impulso, incrementando el nivel de nerviosismo y de ceguera, mirando hacia la derecha, como si de tanto mirar y cinchar con la mirada fuera el tren a aparecer antes, y a parar con las puertas abiertas justo en donde cada uno quería, a pesar de los boludos que se atravesaran en el camino conversando o papando moscas. Magda lo comprendió a medias, porque no se imaginó que en pocos segundos más se iba a producir otra avalancha humana como la de Estación Once, con el agravante de que ahora iban a ser dos, la de los que se querían bajar y la de los que querían subir. Porque así fue, y ellos nuevamente arrastrados como náufragos a merced del oleaje, desapareciendo de todo lugar conocido, sin despedirse del kiosquero al que ni siquiera le habían preguntado el nombre. De pronto estaban nuevamente en movimiento, por lo que comprendieron que por fin habían sido subidos al nuevo tren, cuyo ruido escucharan mientras intentaban zafar de la correntada. Qué mierda.

Dentro de todo había una cosa positiva, ahora sabían hacia donde iban. Sabían que allá adelante, en algún punto indefinido de la misma recta, quedaba el famoso Merlo, punto de probable encuentro con alguien conocido, que les podría ayudar... Aunque... Qué tan importante podría ser ya hablar con un conocido cuando en realidad todos venían a ser desconocidos seres de un mundo desconocido, y loco que ahora trinaba alrededor de sus cabezas con ringtones simultáneos y estereofónicos que mostraban todos los alaridos posibles de la fauna planetaria más la discoteca completa de todas las compañías discográficas del mundo? Uno de aquellos telefonitos, uno pequeño, más pequeño que el más pequeño, en cuya pantallita multicolor saltaban dibujitos de Menemito y Marijulita al son de una chacarera electrónica, aparecía desde abajo, entre los dos, subiendo después de haber pasado por la entrepierna de Magda, para acompañar aquella voz susurrante, que salía de algún lugar indefinido y que les preguntaba dulcemente, si ya conocían el último modelo del Exterminador XYZ, que ahora venía con la promoción pútiniormauz, consistente en quinientas horas de verinais profilacticboys cada vez que se lograra coincidir el instante de una llamada propia con el pulso goldenbit generado por el satélite sagrado.

-A solo cincuenta pesos con 500 milisegundos de llamadas prepagas y diez vales para bigmacpato (entre las 5 y las 7 de la mañana en días impares)

Lo último lo dijo la cabeza calva que ya había asomado también desde el piso del vagón, casi levantando en hombros a la flaca quien no se podía zafar dado el apretujo en que se encontraban. La cabeza había perdido la peluca, pero la mano de lo que terminó siendo una señora sonriente la había encontrado entre los pies de todos y ya la levantaba para soplar el polvo u colocarla en su lugar. El conjunto rearmado no parecía desagradable pero...

-En realidad ya tengo celular -balbució tímidamente Magda.

La señora abrió entonces la boca para insistir, seguramente con su mejor argumento de venta, pero en ese momento el tren se había detenido con el estruendo de las puertas que se abrían a un gran aborto de gente que salía expulsada hacia los andenes. Ellos entre todos.

Estaban en un lugar llamado Liniers.

Cuando la gente se fue escurriendo hacia las escaleras de desagote volvieron a respirar, a levantar la vista en la distancia y... ver que un policía venía hacia ellos...